EL EROTISMO EN EL CINE DEL SIGLO XXI



Escribe: Óscar Contreras

La verdad cinematográfica es una utopía construida, reconstruida y acariciada por los grandes realizadores desde que el cine es cine. Es decir, la integración del espacio, tiempo, realismo, drama y verdad en un solo corpus, en una misma expresión compartida –o, mejor dicho interconectada- entre cineasta, cámara, espectador y actor, constituye la gran epifanía que todos quieren vislumbrar y, en el mundo del cine erótico, todos quieren experimentar con excitación.
 

Roman Gubern en su libro “El Eros electrónico” analiza la irrupción de las nuevas tecnologías de la comunicación y su incidencia sobre la vida afectiva del individuo. A partir de esas coordenadas, Gubern ensaya la idea de un nuevo juego de significados donde el sexo tiene un peso cardinal para los intereses de las industrias culturales que proveen nuevos esquemas mediáticos y de pensamiento. Así, en las primeras dos décadas del siglo XXI, la mediatización del sexo ha terminado por trazar una delgada línea entre erotismo y pornografía. Y la televisión, como “máquina productora de relatos audiovisuales espectacularizados”, pensados para satisfacer las apetencias emocionales de la audiencia, ha terminado pasteurizando la pornografía y el erotismo, regulándolos y calibrándolos institucionalmente, procurando el equilibrio entre atractivo comercial y respetabilidad social.

Así una película taiwanesa de gran producción como “Deseo, peligro” (Ang Lee, 2007), que en su meollo contiene una larga y ardiente secuencia de sexo duro (entre un colaboracionista chino, durante la ocupación japonesa en Shangai en los años cuarenta, y una aspirante a actriz, miembro de la resistencia china), termina finalmente rodeada por un drama de espionaje acartonado, de qualité. Volviéndose frustrante, en algún sentido, porque un realizador sin estilo y sin visión de la vida como Ang Lee, que instrumentaliza la cámara con eficiencia y que tiene acceso a la gran producción, usurpa por un momento el oráculo erótico -a expensas del público- y lo profana. Y no devuelve nada.

Si a lo largo de la Historia el erotismo fue poética corporal, ceremonia, representación, sexualidad transfigurada, metáfora e imaginación; en la sociedad globalizada lo erótico constituye un “señuelo supremo para la mirada”. Sensualidad pura. Y eso es lo que ocurre con “9 canciones” (Michael Winterbottom, 2004) y con “Anticristo” (Lars Von Trier, 2009) dos películas europeas que apelan al sensacionalismo con largas secuencias de sexo explícito, catártico (ex post nueve conciertos de rock, ex post terribles crisis maritales) fundiendo morbo y excitación; arrechura demoníaca y cosificación culposa; pero adoleciendo del feeling previo. Sin establecer una pica en el mundo, sin cable a tierra alguno, sin posibilidad mejoradora. Sus personajes son espectros autoconscientes tanto de su goce como de su consumación sexual hasta la muerte. El ejercicio libre de un realizador sin estilo como Winterbottom y los desbordes chalados de Von Trier, abonan en la espectacularización de lo transgresivo.

Octavio Paz decía que la capacidad del ser humano para el amor y el erotismo es lo que lo diferencia de la sexualidad animal. Cuyo único fin es la preservación del género. “El erotismo es sexo en acción pero, ya sea porque la desvía o la niega, suspende la finalidad de la función sexual. En la sexualidad, el placer sirve a la procreación; en los rituales eróticos el placer es un fin en sí mismo”. Las españolas “Lucía y el sexo” (2001) de Julio Medem y “Son de mar” (2001) del fallecido Bigas Luna, frontalmente ofrecen colecciones de masturbaciones, besos negros y demás. Presentan a dos hembras bellas y formidables como Paz Vega y Leonor Watling, que colman la imaginación y contribuyen a la representación sexual así como a la proyección de un efecto abrasivo testicular. Pero no dejan de ser filmes efectistas, coyunturales, sin sustrato argumental, dramático y narrativo.

Y también existen nuevos y maravillosos filmes eróticos. Las argentinas “Porno” (2006) y “Sado” (2013) dirigidas por Homero Cirelli que son sendas y tangentes aproximaciones al mundo de la sexualidad en Buenos Aires a partir de tiempos muertos, elipsis, fueras de campo y desenfoques; ya durante el rodaje de un filme triple X, ya durante los días y las noches de una call girl porteña. Cirelli se allana para registrar la sexualidad pero no con un afán lúbrico o contemplativo sino para tratar de comprender la camaradería, los juegos de poder en el sexo y/o la redención de sus personajes. Otra lograda cinta erótica es la mexicana “Y tu mamá también” (2001) de Alfonso Cuarón. Que es un relato de iniciación y aprendizaje sexual (y sentimental) encabalgado en los códigos de la road movie y del género erótico. En la frontera de la modernidad y el subdesarrollo, lejos de la ciudad y sus convenciones, Y tu mamá también aborda un triángulo amoroso en un México rural y emergente. Con idéntico nivel de excelencia pero en un contexto urbano, Crimen delicado” (2008) del brasileño Beto Brant es una exploración en los entresijos del deseo, la carnalidad deformada, la posesión amorosa, la desestructuración intelectual y el sexo desprejuiciado entre un crítico de teatro, una modelo lisiada y un pintor.

En un mundo como el actual, donde la interacción sexual se fragua en el internet hasta niveles de excitación objetivos (con emoticones que substituyen expresiones faciales, miradas, gestos, olores) y donde la infidelidad marital es puramente virtual, sin un cuerpo, tangible y palpable; películas tan diversas como las norteamericanas “Mulholland Drive” (2001) de David Lynch, “Femme Fatale” (2002) de Brian De Palma y “La Secretaria” (2002) de Steven Shainberg retornan un gusto por el erotismo. En tanto representaciones palmarias, imaginativas, genéricas, intertextuales; y por cierto epifánicas porque revelan el poder y la sutileza del placer sexual.

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