EL GRUNGE EN LOS TIEMPOS DE LA PANDEMIA

PEARL JAM - "GIGATON" (2020)
ESCRIBE: JORGE CAÑADA
"¿Cuál es el precio de la mentira? No es que la confundamos con la verdad. El verdadero peligro es que después de oír muchas mentiras dejamos de reconocer la realidad y entonces, ¿qué hacemos?”. dice la voz en off que abre “Chernobyl”, la serie que recreó una de las mayores catástrofes provocadas por el hombre. Aquel accidente nuclear de 1986, que la superestructura soviética intentó sepultar bajo una montaña de engaños, fue el simulacro más certero del apocalipsis en el crepúsculo de la Guerra Fría. Por aquel entonces, en el marco de la estrategia de contención del pánico que llevó adelante la Unión Soviética, se intentó convencer a la población de que el vodka neutralizaba los daños provocados por la radiación. Nunca hubo evidencia científica al respecto. Apenas una muestra de la capacidad de daño de la mentira.

El undécimo disco de Pearl Jam llega en medio de una pandemia que aceleró nuestros peores temores, disparando un sinfín de teorías conspirativas, recomendaciones contradictorias, soluciones mágicas y de las otras. Todos creemos tener razón, todos parecemos equivocados. No hay una única verdad, pero llamamos mentiras a todas las verdades que están fuera del radio de nuestra verdad. La cuarentena transcurre mientras avanzan las tristes páginas de “La carretera” (The Road). Una historia y la otra, la de nuestro encierro obligado por el virus y la de los personajes de McCarthy, padre e hijo en su penosa marcha a través de la tierra arrasada por un holocausto nuclear, se entrelazan inevitablemente con los versos que Eddie Vedder suelta con el pulso acelerado de los primeros riffs de ‘Who Ever Said’, esa descarga inicial con sabor a claustrofobia e ira contenida que estalla en la contundencia de una pregunta sin respuesta: “¿Quién dijo que todo ha sido dicho?”
Quizás McCarthy haya intentado con su novela una ucronía sobre los potenciales efectos devastadores de aquel desliz soviético. Una tragedia que primero se entretiene carcomiendo lo superfluo, para deleitarse luego con la esencia humana. Sobre aquello que pudo pasar pero no pasó, Vedder prefiere no hablar, y deja que la música diga justo lo necesario. Lo que podía esperarse de Pearl Jam al final de su tercera década de vida, y apenas un poquito más. La portada de Gigaton puede confundirse con una de esas imágenes que provocan retos virales en las redes sociales. En la imagen de un glaciar derritiéndose, algunos podrían ver un bucólico paisaje en el que destaca un monumental salto de agua atravesado por el vuelo de un ave solitaria. Pero el título del disco, que alude a la cantidad de hielo perdido en el Polo Ártico, no deja dudas. Los caminos se cruzan inevitablemente.

El hombre y el niño continúan su peregrinaje hacia al sur, hacia el mar, en busca de una quimérica salvación. El hambre es el cristal a través del cual aprecian todas las cosas. Una lectura que lejos de llevar a la autocompasión, nos muestra cuan afortunados seguimos siendo como especie, aún en tiempos de pandemia. La banda de Seattle también se embarca en una travesía con destino altamente improbable: rescatar a la humanidad de la dialéctica de los falsos profetas. Un intento con pronóstico reservado que intenta anticipar una tragedia de errores.  “¿Quién será el último en reírse?” se pregunta Vedder con un dejo irónico, cuando el arranque intenso del disco comienza a darle algún respiro a la melodía. Sabe que en el final que imagina no hay lugar para risas. Acodado en la apabullante modestia sonora de ‘Seven O’Clock’, Vedder presagia la creación de otro dios destinado a ser desechado, y McCarthy le da la razón: “…donde los hombres no pueden vivir, a los dioses no les va mucho mejor…”, pero allí donde los dioses fracasan, el amor entre un padre y su hijo puede ser el último destello de la humanidad, la única esperanza de que el fuego no se haya extinguido. Donde McCarthy ve fugazmente “…la verdad absoluta del mundo…la fragilidad de todo por fin revelada…”, Vedder descubre que el engaño tampoco vive en un lugar seguro (“No se pueden ocultar mentiras/ en los anillos de un árbol…”).
Gigaton no es un disco de novedades musicales. Tiene melodías reconocibles con el sello de la casa. Apenas, el sutil atrevimiento de ‘Dance of the Clairevoyant’, una pieza de refinada relojería sincopada que sin demasiadas pretensiones tiene el siempre inquietante apresto de lo nuevo. En Seattle todo sigue en su lugar, lo que cambió es el mundo que gira a su alrededor. Sin embargo, esta vez la música, sin perder un ápice de su marca registrada parece levemente subordinada a la lírica, porque sin ser este un disco estrictamente conceptual, y lejos de convertirse en un manifiesto ecologista, verso tras verso va tejiendo un breve ensayo sobre la mentira. La mentira que envuelve al mundo, y las mentiras que nos decimos a nosotros mismos. Mentiras para esconder. Mentiras para huir. Mentiras para sanar el dolor que provocan otras mentiras. En fin, un compendio sobre las penurias de una vida que viaja más rápido de lo que podemos resistir. Más precisamente, en palabras de ese héroe anónimo que fue John Prine, a la velocidad del sonido de la soledad.  Una barrera que no hemos logrado romper, pese a todos los pretendidos avances de nuestra civilización. 
Una música amorfa para una era incierta se desprende de la flauta que el padre fabricó para su hijo. Será la última música en la Tierra, surgida de las cenizas de su devastación. Esa música se parece demasiado a la solemnidad religiosa de ‘River Cross’. Vacilante frente a ese río alegórico que siempre quiso cruzar, Vedder reitera su clamor porque el futuro no muera, mientras ve como se desvanece el horizonte y clama una plegaría que ya había lanzado en ‘Dance of the Clairvoyants’ (“Cuando el pasado es el presente, y el futuro ya no es…”). Tal vez sea en esa apuesta filosófica, donde reside el eslabón evolutivo que encarna Gigaton. Este puñado de sobrevivientes ha logrado dar forma a un disco consistente, que sin perder cierto desenfado retoma una cierta madurez estilística insinuada con Binaural y Riot Act. Pearl Jam ingresa en otra década con la llama de la antorcha del grunge intacta. No pueden salvar al mundo, pero una vez más evitan la extinción de una especie.     

En la versión de McCarthy padre e hijo revelan su destino mucho antes de llegar al final de la ruta: 
-Todo va a ir bien, ¿verdad, papá?
-Sí. Todo irá bien.
-Y no nos va a pasar nada malo.
-Desde luego que no.
-Porque nosotros llevamos el fuego.
-Así es. Porque llevamos el fuego.

                                          

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