UNA HISTORIA CON MAYÚSCULAS DEL PUNK EN MADRID

“Lo que hicimos fue secreto” es un extenso trabajo sobre el punk madrileño y forma parte de la tesis doctoral de su director David Álvarez en la Universidad Complutense de Madrid. El documental se divide en dos etapas. En primer lugar, asistimos a los inicios del punk en Madrid, que de alguna manera entró “como una moda, una cuestión más estética, con cierta connotación política; había detrás un cierto poso de ‘seudo situacionismo’ y anarquismo no articulado” (Álvarez dixit). En la España del 78 la prensa tachaba de punk a Ramoncín. El que fuera “rey del pollo frito” reconoce que, en todo caso, punk eran su actitud y estética (aquel famoso rombo pintado en uno de sus ojos), pero en absoluto lo era su música. En relación a aquellos inicios, bandas como Pegamoides, que “tenían a dos mujeres como líderes, Ana Curra y Alaska, e integrantes homosexuales” fueron, según el director, interesantes desde la perspectiva de género, por su puesta en valor de estos dos colectivos, más allá de la música. 
El documental retrata a la perfección aquel primer punk del Madrid ochentero de la Edad de Oro, del alcalde Tierno Galván y del Rock Ola, este último, local donde todo el mundo afirmaba haber estado y al que Larsen arrearon cera en ‘Noche de destrucción en Rock-Ola’. Me traslada a mi primera adolescencia, aquella época de teléfonos de disco y cartas, cuando habían dos canales en la tele y nosotros sólo podíamos bajar a Madrid desde Alcorcón acompañados por adultos. Un Madrid maravilloso, provinciano y atrasado, con El Cojo Manteca rompiendo farolas en Banco de España, Antonio Vega y Nacha Pop cantando ‘Relojes en la oscuridad’ en la Bola de Cristal, los soportales de la inacabada Almudena apestando a orines y habitados por yonquis y el metro como una apasionante nave especial.

La segunda parte tiene una connotación más política, como lo tuvieron las bandas que fueron surgiendo. La llamada transición a la democracia no se veía ya tan “ideal”. Alarmantes cifras de paro, leyes represoras y un PSOE que había mostrado su verdadera cara pusieron a muchos sobre aviso, aquello no era lo que les habían vendido. El desencanto politiza más al movimiento punk español, en consonancia con lo que sucedía en otros países como los del norte de Europa o Italia. “Empezó a conocerse y a tener en cuenta lo que estaba sucediendo afuera y de alguna forma se quiso traer aquí. De ahí surgió la historia de la Calle Amparo y las primeras ‘okupaciones’ madrileñas, y entonces, se desarrolla esta otra escena políticamente articulada que ya tiene un mensaje concreto y unas formas de hacer más políticas. Y allí están, por ejemplo, el grupo Sin Dios, que es además un vehículo de propaganda política” (Aguilar dixit). Minuesa, una antigua imprenta situada en la Ronda de Toledo, sería ‘okupada’ en el verano de 1988, y durante varios años funcionó como Centro Social donde se realizaron todo tipo de actividades culturales y políticas. Su desalojo, en 1994, fue uno de los más violentos en la historia de la ‘okupación’ estatal.
Destacan, las incendiarias intervenciones de Manolo Suicidio, quien tuvo un puesto de música en el Rastro, punto neurálgico a mediados de los ochenta, adonde llegaban todas las novedades musicales que iban a buscar a Londres y luego se copiaban y vendían en casetes. “El Rastro era nuestro punto de comunicación, nuestra zona wifi”, afirma José Calvo (Delincuencia Sonora). El Rastro fue un lugar de encuentro, emergencia y efervescencia de gran parte del punk madrileño. Allí se juntaron a finales de los setenta Alaska, Berlanga, Márquez, los Canut, Sierra y todo ese universo que gravitaba en torno a la mítica Bobia y que daría lugar a la Movida. Aquel punk de diseño estaba liderado en gran medida por hijos de la alta burguesía, que se hicieron punks entusiasmados por la corriente que llegaba de Inglaterra, y que podían permitirse viajar a Londres a comprar ropa y música. 
Contrapuesto al punk hecho por chicos del extrarradio, aquellos que deseaban hacer su propia música para escapar de la mugre de un país que estaba saliendo de cuarenta años de dictadura. No es lo mismo la actitud de unos chicos bien que han salido raritos y les da por la música, que la de chavales de extracción humilde para quienes tocar y el “hazlo tú mismo” fueron la única forma de intentar sacar la cabeza. ¿Qué queda de aquella escena? No hay una respuesta clara. Pero, me quedo con las palabras de Pollo al final del documental. El guitarrista de los míticos Larsen afirma, sin ira, no arrepentirse de nada de lo que hizo en la música, que le dio una vida interesante y enormes satisfacciones. No hay más de qué hablar. (CONX MOYA)

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