THE FLAMING LIPS – "AMERICAN HEAD" (2020)

 ESCRIBE: JORGE CAÑADA

Promedian los años setenta. El verano más húmedo que se recuerde en Oklahoma City está resignando sus últimas horas. Las luces en el interior del JJ's Alley siguen parpadeando antes de apagarse por completo. Un adolescente Wayne Coyne ya gastó todas sus horas estirando hasta lo imposible su única bebida de la noche de un sábado que ya es historia. Apoya su cabeza sobre un ajado mapa de rutas en el que estuvo rastreando el itinerario de los músicos que rondan el medio oeste de los Estados Unidos. La improvisada almohada de papel sedoso se confunde con su voluminosa cabellera en un trazado de ciudades, pueblos y caminos que recorren cincuenta estados. Aún no perdió la esperanza de filtrar su propia banda en algún lugar de la programación, tratar de impresionar con su maraña de cuerdas distorsionadas, y por fin salir de su tierra natal como furgón de cola de una caravana de artistas en una gira interminable.  

No ha reparado en la destartalada VW Kombi con placa de Florida que durmió por horas a la sombra del cartel del callejón Bricktown, justo a la salida del JJ's Alley. Levanta la mirada y lee: “lo que creemos que es un gesto de libertad, es un síntoma de la jaula que nos rodea”. Una frase que resuena desde el futuro en un libro sobre la profundidad de los mares amarillos. Justo en ese instante, distraído por la leyenda manuscrita en la pared, no alcanza a ver cómo va descendiendo del vehículo una caterva de melenudos sin rumbo. Nunca sabrá que esos cinco jóvenes pronto recalarán en Tulsa, a una hora de distancia de donde él está sentado en este preciso momento, para registrar ‘Depot Street’, su primer single comercial, una sencilla balada que detrás del tono cándido de un romance adolescente insinúa la fantasía de una relación triangular entre un joven y dos hermanas. Nunca sabrá que esa banda pronto arrojará la toalla, apesadumbrada por el fracaso de ese lanzamiento. Nunca sabrá que el rubio que parece llevar la voz cantante y el morocho de cabello ensortijado seguirán juntos, rompiendo corazones hasta el final del camino. Nunca sabrá que el rubio se codeará con leyendas del rock, y que llegará a formar una banda con Roy Orbison, Bob Dylan y George Harrison. Sólo sabe que él mismo quiere ser parte de ese mundo. Aún no sabe que algún día no tan lejano, lo logrará.  

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Si algo atesoraron los primeros Flaming Lips fue un innegable talento para concebir títulos geniales y una capacidad inversamente proporcional a la hora de sintetizar sus influencias musicales. No fue hasta la edición de The Soft Bulletin, en los márgenes del siglo pasado y con cerca de una decena de discos en su haber, que la banda lograría desprenderse del peso que venía lastrando su despegue. Con una naturalidad libre de todo artificio de marketing, se sacudieron los excesos, para descubrir los bordes precisos de un estilo que habitaba bajo innumerables capas de sonido. El propio Coyne, alma indiscutible de la banda, podría parafrasear a Miguel Angel: “Vi el ángel en el mármol y tallé hasta que lo puse en libertad”. Desde 1986, los de Oklahoma City venían grabando discos desparejos que acumulaban infinitos caminos sonoros, cambios de registro vocal, sinfonías de nombres imposibles, interminables guiños a la psicodelia, pesadillas de space opera y constantes referencias a los psicotrópicos, pero en cada intento también sembraron rastros que llevaron invariablemente a este presente, sin descartar claro está, otras posibles realidades que sin dudas conviven en la humanidad de Coyne. ‘One Million Billionth of a Millisecond on a Sunday Morning’, la segunda canción de su segundo disco, condensa esa historia en algo más de nueve minutos.  

Todo fue un arrebato de creatividad incontenible y autoindulgente. Laberínticos fárragos de distorsión, mantras en tecnicolor e irreverentes versiones de standards ya canonizados. A mediados de los noventa, después del pequeño salto a la popularidad que significaron Transmissions from the Satellite Hear y Clouds taste Metallic, Zaireeka llevó la vanguardia al extremo. Cuatro discos, con canciones de títulos idénticos, que deben ser reproducidos simultáneamente si se quieren escuchar las canciones completas, pero que también pueden combinarse escuchando solo algunos de ellos al mismo tiempo. Entonces, después del aquelarre fue The Soft Bulletin. El intento cuadrafónico de Zaireeka había operado como el precepto del gran Samurai Musashi, librarse del yo y fundirse en el vacío que reside en lo más profundo de la existencia y al que todo regresa. Un nuevo comienzo sin final que lo preceda, continuidad sin pasado. The Soft Bulletin, ese Pet Sounds de la era moderna, fue todo lo que los Flaming Lips habían sido, y es todo lo que no fueron. Un yin y yang sin principio ni fin. Caos orquestado. Melodías que se apagan a la espera de estribillos que no se repiten. Armonías desencontradas. Afinaciones imposibles. Acordes que no existen. 

Pero el cambio también puede ser pura ilusión, toda esencia resiste como el rio al que se le quiere modificar su curso natural. Ciertas cosas no han de cambiar, gestos que no pueden desaprenderse. El reconocimiento que vendría a partir de ese disco no los disuadió de continuar experimentando. Vendrían discos demencialmente geniales. Sería el momento del consagratorio Yoyimi battles The Pink Robots y el menos valorado At War with the Mystics, contenedor de una respetuosa versión de ‘Bohemian Rapsody’ y de ‘Pompeii Am Gotterdammerung’, la canción que sublima lo mejor del Pink Floyd que aún no había visto el lado oscuro de la luna.  Vendrían discos enteros para homenajear las obras que los inspiraron (The Dark Side of the Moon y With a Little Help from My Fwends) y buenos intentos por seguir sorprendiendo (Embryonic y The Terror), hasta llegar a King's Mouth: Music and Songs en el que junto a Mick Jones (The Clash) cuentan la historia de un rey gigante que hace el máximo esfuerzo por salvar a su ciudad de la amenaza de una avalancha, y al que su pueblo le corta la cabeza para sumergirla en acero, y así preservarla como un eterno monumento a su amor altruista. 

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Sería imposible tratar de entender la llegada de American Head, el nuevo disco de The Flaming Lips, sin intentar una aproximación previa a su evolución musical, porque su sonoridad aparentemente ligera esconde una complejidad de casi cuatro décadas. Como esos mineros de Ted Chiang que escalan la Torre de Babilonia con la misión de cavar en la bóveda celestial, Coyne & Cia. trascendieron su propia dimensión, perforaron su historia para reiniciar su camino desde un nivel musical superior. Se trata de un álbum lleno de nostalgia, de claro corte retrospectivo y autobiográfico, que logra rescatar, arrastrar a través de los años y traer ileso hasta nuestros días, el sonido de una época que no podríamos precisar, pero que sin duda huele al poder de las flores. De principio a fin, la sensación es la de estar transitando por una única canción que compás tras compás desliza al escucha por un tobogán del que no quisiera bajarse nunca. Es difícil destacar un instrumento o una interpretación. El bosque tapa a todos y cada uno de los árboles que lo forman. 

American Head es surrealismo musical tratando de dar forma a lo informe y conciencia a lo inconsciente, como en ‘At The Movies On Quaaludes’, donde se insinúa que el sueño americano sólo es posible bajo el efecto de generosas dosis de sedantes, o su contracara ‘Mother I've Taken LSD’, en la que el ácido lejos de evadirte de la realidad se convierte en la única llave que abre las puertas que permiten ver la tristeza a nuestro alrededor. Todo parece redimirse con “My Religión is You”, acaso la declaración de amor más abstracta que jamás se haya escrito, pero dueña de una melodía capaz de hacerte creer que eres el único destinatario de semejante proclama.  Todo en American Head parece una búsqueda constante por materializar recuerdos de un pasado entrañable. No menos evocativo es el concepto que Coyne imaginó para entrelazar las canciones, y que parece haber sido inspirada por “Runnin’ Down A Dream”, el documental sobre la carrera de Tom Petty. Así es que imagina a los Mudcrutch, la banda que Petty lideró a mediados de los setenta antes de fomar a the Heartbreakers, demorados en Oklahoma interactuando con una banda local, mientras esperan su turno para entrar a grabar su primer single en el Leon Russell's Tulsa Studio.  

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The Flaming Lips acaban de dar un concierto en The Criterion, una sala de Oklahoma City, su ciudad de origen. Un show en el que tanto los músicos como el público han estado dentro de una burbuja de plástico individual. Coyne dice estar acostumbrado, no es su primera vez, sólo espera que los fans puedan aceptar las nuevas reglas de juego que impone la pandemia. Cuando le preguntan por el presente de The Flaming Lips dice que por primera vez se reconocen como una banda americana. Ahora está sentado en una mesa del JJ's, al que llegó caminando después la actuación. Afuera lo espera el trailer con el resto de la banda, justo al lado del cartel de la calle que reza “The Flaming Lips Alley”.

                                             

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