EL ROCK TIENE QUIEN LE ESCRIBA

Bruce Springsteen - “Letter to You” (2020)

Cerca de la casa de mi infancia había un muro. Aún hoy se mantiene de pie. El nombre de bandas locales, alguna declaración de amor adolescente y varios slogans políticos de campaña se acumulan debajo de la última mano de cal. Hoy es el único resto de lo que entonces era la casa más antigua del lugar. Entre todas las leyendas que vi escritas en esa pared, hay una que recuerdo especialmente. Corría el año 1983, y en medio de una campaña electoral, un grafiti rompió el monopolio de las pintadas proselitistas. En letras rojas que goteaban como un reguero de sangre se leía “…Soltá el brillo, soltá la belleza…”  Así, con comillas y puntos suspensivos. Hice modestas indagaciones para develar el misterio detrás de la frase. Todas las respuestas de mis mayores aludieron a una publicidad de shampoo.  Pasaron algunos años hasta que me topé con Corpiños en la Madrugada (1983), el demo de Sumo que cerraba con ‘Heroin’, una hipnótica plegaria a la droga que había tenido a su cantante contra las cuerdas. Luca Prodan coqueteaba con las rimas del famoso comercial del que me habían hablado: “…soltá tu pelo con … soltá el brillo, soltá la belleza…”  

Por esos días comenzaba a sonar con fuerza Un Baión parea el Ojo Idiota (1988), el disco que terminó de sacar del underground a Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota, una banda con más de un vínculo con Sumo. Desde ‘Vencedores Vencidos’, una las canciones claves del disco, se escuchaba “…Me voy corriendo a ver qué escribe en mi pared, la tribu de mi calle, la banda de mi calle…”. Ese día volví hasta el muro y lo encontré como nunca lo había visto, en blanco.

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Castile era la marca del shampoo que utilizaba George Theiss. George fue quien invitó a Bruce Springsteen a sumarse The Castiles, la primera banda estable que integró The Boss, por entonces ya conocido con ese apodo por ser el encargado de percibir el pago en los conciertos y de distribuirlo entre sus compañeros. Aún hoy Springsteen considera un hecho inusual que un grupo de muchachos de 15 años se haya mantenido unido en una banda de rock por tres años. “Todo lo aprendí ahí”, dice, y agrega “Una banda de rock es el único trabajo en el cual te puedes pasar 50 años con tus compañeros de colegio”. Pero esa no fue la suerte de George Theiss y The Castiles, que sólo fueron la antesala de la E Street Band, el grupo que sí acompañó a su jefe hasta nuestros días.

Cuando Theiss murió, Springsteen estaba embarcado de lleno en su residencia en el Walter Keer Theatre de Broadway. Por un par de días The Boss se escapó de su rutina para acompañar a su viejo amigo en las horas finales. Cada noche, Bruce solía interrumpir 'Growin’ up', la canción que hacía las veces de introducción de su monólogo, para gritar en un repentino brote de honestidad brutal que amenazaba con destruir su fama de héroe de la clase obrera: “Nunca vi el interior de una fábrica, y sin embargo solo escribí sobre eso…tuve un éxito absurdo escribiendo sobre algo de lo que no tengo absolutamente ninguna experiencia personal. Me lo inventé todo”.

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George Theiss, o más bien su muerte, fue el disparador del ejercicio arqueológico que terminó convirtiéndose en Letter To You, el disco que sacó a la E Street Band de un letargo de 10 años. Todo comenzó desempolvando tres viejas canciones inéditas de los primeros setenta (‘Song to Orphans’, ‘Janey Needs a Shooter’ y ‘If I Was the Priest’), compuestas durante el duelo que siguió al final de The Castiles. El resto fue brotando a la par de los recuerdos y con la E Street Band grabando en vivo por primera vez desde los tiempos de Born in the USA (1984). Springsteen buscaba una estirpe de canción que resuma esperanza y resignación, y es lo que intenta remedar en Letter to You, un disco sobre la vida en la música y sobre la música misma. 

La fórmula parece haberla encontrado en un contrapunto que se debate entre la melancolía doliente y una suerte de espiritismo naif. De una línea a la otra, entre un acorde y el siguiente, se entreveran la evocación de los amigos que ya no están y la gratitud por haber compartido con ellos un tiempo de gloria juvenil. Una memoria que sólo llega en forma de visitas fantasmales en sueños que anteceden a un insomnio creativo. Entre los extremos de esa bipolaridad sobrevuelan las más explícitas y enérgicas ‘Ghosts’ y ‘The last Man Standing’, y la onírica y despojada ‘One Minute You're Here’. Las armónicas y el piano pueden tanto fusionarse en una furiosa algarabía, marca registrada de la E Street Band, como destilarse en lánguidas agonías que recuerdan los pasajes más lacónicos de Nebraska (1982) o The Ghost of Tom Joad (1995), discos en los que Springsteen prescindió del grupo para ofrecer una versión más austera de su propia identidad.  

Cuando se trata de recuperar el icónico sonido de banda en vivo, hay canciones que se reflejan sin distorsiones y libres de complejos en el espejo de Born to Run (1975). En esa veta, con las guitarras de Steve Van Zandt y Nils Lofgren arengando a la tropa y el saxo de la familia Clemons soplando como el viento más rockero desde Bobby Keys a la fecha, es donde lucen ‘Burnin Train’ y ‘Letter to You’. Justamente en la canción que da título al disco es donde Springsteen revela porqué sigue escribiendo cartas cuando ya nadie escribe cartas: “…Las cosas que descubrí en los tiempos difíciles y en los buenos, las escribí todas con tinta y sangre. Cavé en lo profundo de mi alma y firmé con mi nombre verdadero y te lo envié en mi carta…” 

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Hace una década que Bruce Springsteen hurga en su pasado mientras le da batalla a la depresión. Sus memorias en forma de libro, previsiblemente bautizadas “Born to Run”, y su residencia en el Walter Keer Theatre fueron el fruto evidente de un proceso no exento de dolor. Ambos llegaron acompañados de sendos discos, pero hasta Letter to You, ese esfuerzo introspectivo no había dado lugar a nuevas composiciones. Nadie sabe por qué un hombre se decide a hablar de lo que nunca habló. A veces, alguien puede decirlo todo sin contar nada. Dicen que un músico que tocaba con Dylan, una vez le preguntó por su familia. Después de abrazarlo, Bob le susurró “Nadie me pregunta nunca por mi familia, gracias”, para luego refugiarse una vez más en su mutismo habitual sin soltar prenda.  

Tal vez, acuciado por la necesidad de hacer un balance de su vida, con la muerte de sus amigos convirtiéndolo en el último de la clase que aún sigue en pie, Springsteen haya decidido contarlo todo, o casi todo. Como una necesidad que brota movida por ese extraño mecanismo que hace que un hombre pase del secreto a la confesión incontinente, el Jefe se ha lanzado a contarnos su vida hacia adentro. Habló de su padre con respeto y dolor. Habló de su madre con devoción, y hasta se permitió dar consejos que bordean la frontera de la incorreción política (“…Con el tiempo aprendí algo sobre las mujeres que no entendía de joven, cuando mamá está contenta, todos están contentos, cuando mamá no está contenta, nadie está contento…”). En un gesto de auto indulgencia filmó las sesiones de grabación de Letter to You, como una suerte de documental que dejará testimonio de esta institución americana con nombre de pandilla que es la banda que lo acompaña. Se arrepiente de no haberlo hecho antes (“…Creía que el mago no debía mostrar su truco desde tan cerca...”). Como mago experimentado que es, hoy sabe que el truco no puede fallar. El público no va a ver el truco, va a ver al mago, o el mago es el truco. Como si por un instante se hubiera preguntado, como el hechicero atribulado de Ricardo Romero, ¿por qué seguir sacando conejos de la galera? ¿acaso a esta altura, no tendrá más gracia el secreto detrás del truco que el truco mismo, aunque eso signifique el final de la magia?

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- No escribí todo sobre mí. Muchas cosas me las guardé – confiesa Springsteen, justificando las omisiones.

Entre los episodios que quedaron en el olvido está la madrugada del viernes 30 de abril de 1976. Springsteen merodea frente al muro de frontal de Graceland, la mansión colonial en la que Elvis Presley vive desde hace dos décadas, hasta que se decide a trepar la pared atiborrada de grafitis y corre hacia la entrada principal. Los guardias lo interceptan justo antes de que pueda llamar a la puerta y lo escoltan rápidamente hasta la salida. En su relato en Broadway Springsteen hablaba de Elvis sin nombrarlo. Decía de él, que fue el Big Bang que, desde una pantalla de televisión en blanco y negro, cambió su vida y la de millones de personas un domingo cualquiera por la noche. Allí se detenía. Justo antes de contar lo que todos hubieran querido oír. 

En ese momento, el de Graceland era el episodio que sobrevolaba el silencio. Hay quienes creen que el asalto tenía como objetivo mostrarle ‘Fire’, una canción que compuso pensando que podría ser grabada por su ídolo, y que Bruce llegó incluso a escribir la letra en el muro exterior de Graceland. Otros piensan que la canción fue escrita después de que presenciara un concierto de Presley el 28 de mayo de 1977, apenas ochenta días antes de la muerte de Elvis. Alguna vez, Springsteen pareció confirmar esa versión: "Le envié un demo, pero él murió antes de que llegara”. Están los que piensan que Presley llegó a escuchar la canción, pero no se conmovió con ella. Otros prefieren ignorar esa versión de la historia. Ya lo dijo Mario Vargas Llosa: “Hay verdades tan intolerables en la vida, que admiten las mentiras.” JORGE CAÑADA

                                              

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