Charlie Watts (1941-2021)

ESCRIBE: ROGELIO LLANOS

Charlie Watts era un músico muy especial. Digamos mejor que era un hombre muy especial. Vivía y trabajaba en el mundo del rock, pero su imagen no era precisamente la del roquero habitual cuya presencia en el escenario significa desborde de energía, descarga emocional, convocatoria visceral al ritual colectivo.  No, Charlie Watts era todo lo contrario de esa imagen. Tranquilo, pulcro, de movimientos pausados, de leve sonrisa ante los halagos y de concentración máxima en el toque de los tambores. Estaba, por decirlo de alguna manera, en las antípodas de un Keith Moon, el exuberante baterista de The Who.

“Esta vez no he podido llegar a tiempo. Estoy trabajando duro para ponerme completamente en forma, pero hoy he tenido que aceptar, por consejo de los médicos, que esto llevará un tiempo”. Esas fueron sus palabras cuando se enteró que la enfermedad que lo aquejaba y la operación consiguiente lo iban a tener postrado por un tiempo indeterminado. Y mientras tanto la función tenía que continuar porque, según también él, no quería que los muchos seguidores de los Stones en los Estados Unidos y que adquirieron con gran ilusión las entradas para sus conciertos sufrieran otro aplazamiento o cancelación. Debió ser duro para Charlie Watts aceptar que en el tour No Filter, que se iba a iniciar el 26 de setiembre en Saint Louis, Missouri, y que debe concluir el 20 de noviembre en Austin, Texas, él no iba a estar presente. El hombre de los tambores nunca faltó a una cita con los Stones desde 1963 en que se unió a Mick Jagger, Keith Richards, Brian Jones y el bajista Bill Wyman. Pero, al parecer las cartas ya estaban echadas, aún cuando sus compañeros enviaron mensajes de esperanza e incluso mencionaban que confiaban tenerlo de retorno para las celebraciones del aniversario número sesenta de la banda. Para esa ocasión, como es sabido, se tiene proyectado efectuar el lanzamiento de un nuevo álbum de canciones originales.

Siempre me causó curiosidad la presencia del apacible Charlie Watts en una banda cuyos integrantes, a tono con la actitud rebelde y contestataria que siempre los acompañó, eran la imagen misma de la impostura, de la provocación y del desenfado. Era como si con él no pasara esa corriente de energía que electrizaba a sus compañeros y que era transmitida a todo el auditorio, estadio o coliseo en donde la banda se presentaba. Y es que Charlie Watts provenía de canteras distintas del rock. El venía de los predios del jazz, de aquellos tiempos y lugares cargados del humo de cigarrillos y de sones desgarrados que se improvisaban desde el alma. Amó la música de Charlie Parker y la de Jelly Roll Morton desde que era un adolescente, y su práctica consistía en acompañar con su propia batería las interpretaciones de sus ídolos. Pero los tiempos estaban cambiando, y con ello, los ritmos, los géneros, los estilos y los ambientes mismos. Teniendo veinte años se integró como baterista de la banda Blues Incorporated, en la cual Jack Bruce, más tarde pieza fundamental de Cream, tocaba el bajo. Fue pues en esa onda del rhythm and blues que conoció a los que serían sus futuros y definitivos compañeros de ruta. Y se fue con ellos.

Con Bill Wyman en el bajo constituyó la sólida base rítmica que los Stones necesitaban. Pero el espíritu de Charlie Watts, su ánimo, su pensamiento, estaban en el universo musical de Bird, pleno de cambios, innovaciones y revelaciones en las armonías, rítmica y arreglos. De allí esa elegancia y discreción con la que tocaba sus tambores. Sin duda, el punto de confluencia con Jagger y Richards fue el blues. Lo tenían en la mente, a través de la tradición. Pero, lo acunaban en sus corazones siempre al borde de la emoción con cada acorde guitarrero y con cada baquetazo que Charlie descargaba sobre su pequeña Gretsch roquera. 

Leo en una de las tantas crónicas musicales sobre los Stones que Jagger y Richards buscaban una base rítmica que estuviera a tono con la música que ellos imaginaban o creaban. El swing de Charlie los movía a contar con él, pero el rock que ellos aspiraban hacer les introducía la duda en la elección. O roqueaba o quedaba fuera. Pero pronto disiparon sus dudas. Brian Jones, el guitarrista de los Stones de los primeros tiempos, siempre creyó en él y se empeñó en que formara parte de la banda. La razón y el tiempo estuvieron de su lado. Y es que Charlie era de aquellos bateristas que creían firmemente que su función era, en todo el sentido de la expresión, acompañar a la banda. Esa era su aspiración. Para él la esencia de su labor como baterista era enfocarse en el tiempo perfecto. Su forma sobria y tranquila de tocar los tambores, la manera de tomar la baqueta con la mano izquierda muy acorde con su gusto por el jazz, crearon todo un estilo propio que formó parte indesligable de la imagen de los Rolling Stones.

En una entrevista del año 2009 definió claramente su papel dentro de la banda: “No me gustan los solos de batería. Admiro a los músicos que son capaces de hacerlo, pero, en general, me gustan más los baterías que se integran en su banda. El reto en el rock and roll es la regularidad. Lo mío es convertir el rock en el sonido de una danza”. Y eso ha sido el sonido de los Stones desde aquel 10 de mayo de 1963 en que grabaron el single ‘Come On’ hasta el Honk, un álbum recopilatorio del año 2019 que incluye algunas interpretaciones en vivo, pasando por el Blue & Lonesome (2016) que es su último álbum de estudio. Entre ambas fechas, los Rolling Stones, con su ‘(I can´t get no) Satisfaction’, ‘Brown Sugar’, ‘Honky Tonk Women’, ‘Wild Horses’, ‘Gimme Shelter’, ‘Jumpin’ Jack Flash’, ‘Start me Up’, ‘Sympathy for the Devil’, ‘Midnight Rambler’ y muchas composiciones más, no han dejado de girar por todo el mundo manteniendo viva la leyenda de una banda que fusionó creativamente el blues y el rock n’ roll, el country y el gospel, ignorando los ritmos de moda, enfrentando con desparpajo a sus críticos y haciendo, como dicen Philippe Margotin y Jean Michel Guesdon, de su música, una fiesta permanente y una firme y apasionada declaración de rechazo más absoluto a envejecer.

Charlie Watts, a sus ochenta años, ha partido con las botas puestas. Como alguna vez los expresara Charles Aznavour, los músicos no se jubilan, mueren con su arte. Charlie anhelaba salir a la carretera una vez más. La muerte le cortó el paso a escasos días del comienzo del nuevo tour. Los pocos detalles que hay aún acerca de su partida nos sumen en un gran desconcierto. Se sabía que él esperaba recuperarse pronto para unirse, quizás, en el último tramo de la gira. Otros más cautos hablaban de esperar mejor a una recuperación total para que el próximo año estuviera presente en la celebración de los sesenta años de la banda. De pronto, la noticia brutal de su muerte apareció bajo la forma de un mensaje escueto de su representante: “Es con inmensa tristeza que anunciamos la muerte de nuestro querido Charlie Watts. Ha fallecido en paz en un hospital de Londres hoy mismo rodeado de su familia…”.

Los recuerdos de este viejo admirado -un roquero con alma de jazzman como su amado Bird- y de la legendaria banda, se agolpan en mi memoria. Vi a los Rolling Stones pegado al escenario del Monumental en aquel inolvidable 8 de marzo de 2016, cuando Charlie Watts dio el baquetazo inicial del ‘Like a Rolling Stone’ dylaniano. Vi a Mick Jagger, Keith Richards, Ronnie Wood y Charlie Watts con el corazón embargado de emoción y alegría. Un año más tarde, en la inmensa explanada del Desert Trip de California los volví a encontrar en una noche de luna llena y de demasiadas emociones. Fueron grandes momentos, felices e irrepetibles. Para paliar la tristeza no encuentro mejor manera que escribir este apurado texto y hacer que gire uno de sus discos, deteniéndome por un momento en ese encantador track uno de cuyos versos dice “I'm just waiting on a friend”. Sí, porque cada vez que desenfunde un vinilo, un disco compacto o un DVD de los Rolling Stones, Charlie Watts y sus queridos compañeros de aventuras se harán presentes para abrigar con su música mi corazón de melómano fiel y apasionado.

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