EDDIE VEDDER – “Earthling” (2022)

EN BUSCA DE LA CANCIÓN PERFECTA


ESCRIBE: JORGE CAÑADA

“Es difícil saber dónde estás cuando intentas leer un mapa a la luz de una estrella fugaz.” Atrapado por un virus que se ensaña cruelmente con él, desde una cama de hospital Mark Lanegan pinta su desasosiego con toda la amargura de la que es capaz. Ayer se lamentaba por no poder salir de gira, hoy no alcanza a respirar sin ayuda. “Navegar es necesario, pero vivir no lo es”, cuentan que el general romano Pompeyo les dijo a sus marineros, cuando amedrentados por los rayos, se negaban a embarcar durante la guerra. ‘Devil in a Coma’ (Lanegan, 2021), esa bitácora de la enfermedad que lo muestra maldiciendo una y otra vez el encierro que sufre en carne y alma, es la memoria de un hombre que siente como sus costuras se deshacen una a una, intuye que sus días están contados y clama por morir de pie. Es la despedida de quien no acostumbra a despedirse, y será extrañado por quienes nunca extrañaron a nadie.

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Es la noche de un día que podría haber sido apenas recordado por una simpática coincidencia del calendario, pero ha muerto un hombre. El destino puso a Eddie Vedder y al Earthlings Tour en Seattle. Una luz azul tiñe el escenario. Eddie no controla sus manos. Su habitual histrionismo tiene otra dimensión. Demora las palabras con ese balbuceo casi imperceptible al inicio de cada frase. Trata de explicar la reacción de su cuerpo frente a la noticia de la muerte de un hombre al que define como único en su clase. Siente alergia a la tristeza. Primero fue la solemne réplica del “Drive” de R.E.M. Luego, la más relajada “Here Comes the Sun” de George Harrison intentó equilibrar las aguas. Ahora, los versos de “Tender Mercies” suenan tan tristes como manda la muerte. Una elección apropiada para un duelo no elaborado. Cuesta elegir cuál de las líneas de esa lírica llena de desesperanza le cabe mejor al homenajeado, si la que reconoce que la misericordia no cura todas las heridas, la que nos confirma que el mundo se desmorona mientras esperamos nuestra oportunidad, o la que admite que los caminos están cerrándose y una tormenta sin fin resuena en el aire. 

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“Leonard Cohen. No”. Un frio día de noviembre a Twitter le sobraron caracteres. A Lanegan le alcanzaron quince símbolos. Cree que la muerte es el final, diga lo que diga su amigo Nick Cave. Ese mismo día Lanegan recordó al Lucky de Harry Dean Stanton cuando relata que siendo niño mató sin querer a un ruiseñor y sintió que después de eso no había nada más, “el silencio que sobrevino al mundo fue devastador” dice Lucky. Seguramente, también haya recordado su propia sentencia. En Winding Sheet, bautizó una canción con el nombre de esas aves, y en ella reveló el destino de todas las vidas: “No se puede matar lo que ya está muerto.” 

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Earthling, es el disco que devolvíó a Vedder a la ruta. Ni el lanzamiento de Gigaton, la última entrega de Pearl Jam, ni el EP Matter of Time, ni el documental ‘Return to Mount Kennedy’ y su respectivo soundtrack, lograron vencer a la pandemia. En 2021 fue la banda sonora de ‘Flag Day’, que lo tiene como coautor, la que alimentó las primeras esperanzas de volver a verlo girando en plan solista. 

La piedra filosofal de ‘Earthling’ está en “Invincible”, su introducción. Una melodía amable y prometedora que envuelve un alegato de fe irreductible en la capacidad de empatizar que convierte en humanos a los habitantes de la Tierra, los terrícolas que dan nombre al disco. “Somos mucho más que partículas”, canta Eddie en pleno alarde darwiniano. Esa galopante embestida inicial tiene el ímpetu de los comienzos, la ilusión de la partida que no puede aplazarse y hasta una muy bien fingida dosis de nerviosismo. 

La sensación de estar emprendiendo un viaje siempre está latente en la huella que va trazando Vedder en cada una de sus aventuras. En su recorrido solitario resuena la tradición de relatos de viaje por la America profunda que modelaron referentes como John Steinbeck o Jack Kerouac, aunque con una mirada menos didáctica que la del primero y no tan cínica como la del autor de “On the Road”. Si sus más significativos proyectos fuera de Pearl Jam lo mostraban recorriendo el camino de otros, el del excursionista Christopher McCandless en el soundtrack de ‘Into the Wild’, o el del propio instrumento que interpretaba en ‘Ukelele Songs’, en ‘Earthling’ Vedder insinúa una búsqueda distinta, al menos desde el punto de vista musical. 

No es “Power of Right” la encargada de mostrar los matices del paisaje. La segunda posta del disco acelera en la misma dirección, recuperando la fórmula efectiva del vértigo melódico que esconde el primer riff solista de Eddie, con permiso de “Far Behind”. “Long Way” se parece tanto a una canción de Tom Petty, que en el teclado está Benmont Tench. Si bien la sencillez melódica y la rima perezosa no llegan a incomodar, y el oficio de Josh Klinghoffer logra evitar toda añoranza y posible comparación, es difícil evadir la sensación de que estamos frente a una versión de “Given to Fly” apta para todo público. Las cosas vuelven a un territorio más familiar con “Brother the Cloud”, una probable evocación a Chris Cornell que intercala dosis de furia y ternura envueltas en una melodía que acelera con eficacia y que exhibe uno de los arreglos más lúcidos del disco. Entre los frontmans de su generación, Vedder está más solo que nunca. 

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Lanegan no renegaba de la gloria ganada con los Screaming Trees, pero minimizaba su leyenda afirmando que había formado una banda porque era lo único que le permitiría costear sus adicciones, entre ellas la de viajar. Estaba orgulloso de todo lo que había logrado estando solo, pero le pesaba el aislamiento forzoso al que lo sometía la enfermedad. “No es lo mismo estar solo que la soledad”. Lucky, otra vez. Si ‘Devil in a Coma’ es su testamento final, el poema Mayormente muerto es su epitafio: “…Casi todos se han ido ahora, mi vieja pandilla, estoy en mis cincuenta, pero la mayoría de ellos murieron a los veinte o principios de los treinta en el mejor de los casos. Han sido un par de décadas largas y solitarias aquí en el desierto…” 

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Promediando su itinerario, y aunque suene paradójico, ‘Earthling’ nos desorienta visitando lugares comunes, ya sea repitiendo en “Fall Out Today” la sencilla receta de “Long Way”, o recurriendo a una meritoria balada como “The Haves”, a la que se le puede reclamar la falta de contraste con la que Vedder ha sabido realzar sus momentos más dramáticos. Todas las posibles concesiones son hábilmente compensadas entreverando “The Dark”, un rescate emotivo tanto en letra como en acordes. “Tocar en una banda es como estar en una fiesta y hablar muy alto; los shows solistas son como cuando encuentras un rincón tranquilo para tener una conversación más profunda”.  Así explicaba Eddie el desafío de pararse en un escenario sin el respaldo de una banda. En este viaje eligió hablar alto. Viejos conocidos como Chad Smith, el ya mencionado Klinghoffer y Andrew Watts, lo acompañan desde el proceso compositivo y forman la banda de apoyo en la gira de presentación. Una lista de invitados que demuestra la versatilidad de sus raíces, desde Ringo hasta Stevie Wonder, alumbran los pasajes en los que el rumbo no está del todo nítido. 

Hay homenajes que cargan demasiado las mochilas, como esos objetos innecesarios que llevamos a cuestas en viajes que reclaman equipajes livianos. “Picture” parece haber salido de las mismas sesiones de la que emergió “E-ticket” del ‘The Lockdown Sessions’ de Elton John. La colaboración urdida por Andrew Watt, productor de ambas grabaciones, favoreció más al disco del británico. “Mrs. Mills”, es una redundante réplica McCartney en manos de un artista que con espontaneidad ya ha logrado retratos más genuinos como “Off He Goes” o “Elderly Woman Behind de Counter in a Small Town”. El final es más significativo de lo que aparenta. “On My Way” no es sólo una coda que permite el rencuentro virtual con un padre ausente, es la declaración de voluntad que reafirma una búsqueda, la que sale al encuentro de la canción que salva al mundo. Esa marcha, a veces certera, otras errática, es la que redime a ‘Earthling’ como una obra que merece ser celebrada. 

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Leonard Cohen está parado frente a un atril. No tiene una partitura. Prefirió dejar en el bolsillo de su saco el discurso garabateado en una hoja membretada de hotel. Levemente encorvado y sin su sombrero, luce desamparado. Ha dicho que no está acostumbrado a enfrentarse a una audiencia sin una orquesta que lo respalde, pero que dará lo mejor de sí como solista. Quizás alguien espera que explique el origen de las buenas canciones. Suspira por enésima vez y vencido suelta su confesión: “Si yo supiera de dónde vienen, iría más seguido a ese lugar”.

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