PINK FLOYD – “ANIMALS, 2018 REMIX” (2022)

ESCRIBE: JORGE CAÑADA

Mi amigo Henry envía un mensaje al final del día. Se acerca la fecha de entrega de esta reseña y temo que necesite algo más que una promesa de mi parte. Me equivoco. Me invita a leer la confesión de un periodista musical que relata en primera persona la historia de la tarde en que compró el disco que más lo marcó. Cuenta el periodista que era un preadolescente, que era verano y que usó el dinero que le habían regalado para su cumpleaños, que en la tienda donde lo compró, además de discos podían vender tanto ropa deportiva como perfumes, que no fue con la idea de comprar un disco en concreto, pero cuando vio el vinilo que terminó comprando, supo que era ese y no otro el que debía irse a casa con él. Era un disco doble. La exuberancia de un disco doble era algo difícil de resistir por esos tiempos. También cuenta el periodista que en su casa tenía más discos, pero que ese fue el primero que compró sabiendo lo que estaba comprando. Al final de la nota promocionan un libro llamado "No olvides las canciones que te salvaron la vida". 

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Abasto, Buenos Aires. Enero de 1990. Esa mañana de sol tenía todas las notas de la canción. Calle con “arboles” (nadie mejor que Luca Prodan para agravar las palabras), tomates podridos, botellas de vino tiradas, bares tristes, el tren acercándose. Entre la desidia y el desconsuelo, la escena encarnaba el infierno inflacionario del ‘Resumen Porteño’ de Spinetta. En la vereda de esa misma calle había una pila de casetes haciendo equilibrio sobre las ruinas de un cajón de manzanas. A muchos casetes les faltaba la portada, otros ni siquiera tenían caja. Era necesario hurgar en la mugre acumulada por el abandono para comprobar si la oferta escondía alguna sorpresa. Con ciertas licencias ortográficas, un cartel ofrecía un precio que logró disuadir toda clase de remilgos.

En la primera recorrida descubrí un casete suelto, sin portada y sin caja. El título aparecía en borrosas letras esténcil de color naranja sobre fondo blanco. Sólo la ilusión me hizo ver el título que yo quería leer. Decía Julian Marías que la ilusión está en la frontera de la imposibilidad, pero toda frontera tiene dos lados. Las letras invisibles decían: 

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ANIMALS entra por los ojos. Su icónica portada es una pieza de museo de ese pequeño gran arte que es el diseño de portadas para discos. Una obra que destaca entre tantas otras emblemáticas creaciones con las que el colectivo Hipgnosis ilustró los discos de Pink Floyd, dándoles una dimensión propia capaz de emanciparse del hecho musical. Su realismo de colores saturados y dramáticos claroscuros no desentonaría en una muestra de arte barroco. Los objetos se definen por las variaciones de tonos. Los contrastes de luz dibujan o difuminan los contornos. Hasta el más experto dudaría: ¿Foto o montaje? Miren la tormenta que se disipa en el cielo dejando ver un cerdo inmenso que se cierne amenazante sobre un colosal edificio de ladrillos con cuatro inmensas chimeneas. ¿Quién no querría saber qué hay detrás de esa tapa?


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"Bueno, ¿por qué no se te ocurre algo mejor entonces?"  Roger Waters había rechazado todas las maquetas presentadas para ilustrar la tapa del décimo disco de Pink Floyd. Fue esa pregunta en tono desafiante la que le hizo reparar en la anécdota que inspiró la última canción compuesta para el álbum. Pigs on the Wingsera una balada acústica en clave folk. La distancia más corta entre Pink Floyd y Bob Dylan. Sobre una simple pero efectiva sucesión de acordes de Do y Sol, Waters sorprende por partida doble, mostrándose vulnerable y a la vez confiado en la raza humana: “Si no te importase lo que me pasa, y yo no me preocupase por ti, zigzaguearíamos a través del aburrimiento y el dolor, elevando ocasionalmente nuestra mirada a través de la lluvia, preguntándonos a cuál de los cabrones culpar y esperando ver cerdos voladores.” 

“Pigs on the wings” era la frase que usaban los pilotos británicos durante la Segunda Guerra Mundial cuando querían alertar a su escuadrón sobre un punto ciego en su visibilidad, generalmente debajo de las alas, con la íntima certeza de que allí había un enemigo. El aviso funcionaba como una última plegaria. Dios aparte, la súplica iba dirigida a otro mortal, que debía elegir entre dos vidas. Matar o dejar que otros maten, esa era la cuestión. Al desesperado pedido de ayuda del piloto se parecía la canción. El reconocimiento sin reservas de una dependencia absoluta. Un acto de entrega entre humanos. ¿Matarías para salvarme la vida? Esa fue la chispa que encendió la idea de hacer volar un cerdo entre las chimeneas de la Battersea Power Station, ese tardío monumento a la Revolución Industrial que durante las sesiones de ANIMALS Waters veía a diario de camino a su casa en el sur de Londres. 

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Londres. Verano de 1976. El Reino Unido está al borde de la quiebra, arrecian los conflictos raciales y la tensión con Irlanda del Norte llega a su máximo histórico. Puertas adentro de los Britannia Row Studios, las cosas no están mejor. Cuatro sujetos hablan sin dirigirse la palabra. Pink Floyd graba su décimo álbum. David Gilmour, Roger Waters, Nick Mason y Richard Wright se dejaron fagocitar por un ente que borró de un plumazo sus individualidades, pero ahora el ego está separando lo que el hombre unió.   

                                      
El intento de Waters por imponer su voluntad y agigantar su liderazgo creativo comenzó a erosionar la unidad de la banda. La víctima será Richard Wright, el protegido de David Gilmour, que por primera vez saldrá del estudio sin crédito alguno. Waters trata de dar forma a una obra conceptual rescatando dos ideas que la banda había trabajado en la misma sesión de la que extrajeron “Shine On You Crazy Diamond”, la suite definitiva que encierra el concepto y la historia de la banda. Esos dos collages, que aún suenan algo fragmentados, ya fueron presentados en vivo durante la gira de invierno de 1974, y quedaron descartadas porque a criterio de Waters no encajaban en el concepto de “Wish You Were Here”. La exuberante y sinuosa “You Gotta Be Crazy”, vuelve sobre el estereotipo del desalmado e inescrupuloso hombre de negocios, un tópico que habían sobrevolado en “Have a Cigar” y “Welcome to the Machine”, ambas casualmente incluidas en … Wish You Were Here, mientras que “Raving And Drooling” atraviesa una historia de desorden social violento.

Los dos temas resuenan en la tradición de la banda de una manera ligeramente innovadora, algo corrosiva, pero sin resignar el cuidado uso de las técnicas de grabación que tanto ha contribuido a definir un sonido propio. Entonces, Waters une todas las ideas y ordena el rompecabezas apelando al mismo recurso que George Orwell empleó en Animal Farm, en la que los cerdos y otros animales son recreados antropomórficamente. Waters retrata a la raza humana como tres subespecies atrapadas en una atmósfera de caos y violencia, con ovejas al servicio de cerdos despóticos y perros autoritarios. “You Gotta be Crazy” y “Raving And Drooling” se ajustan perfectamente a su nuevo concepto y pasan a llamarse “Dogs” y “Sheeps” respectivamente.  En un intento por dotar de cohesión al concepto, intercalan “Pigs (Three Diferent Ones)”, donde se nota con mayor nitidez el esfuerzo de la banda por vestir musicalmente el discurso. Por momentos, la tentativa amenaza con naufragar en una jam inconducente, que Gilmour logra rescatar sobre el final con uno de sus solos intergalácticos, justo a tiempo para evitar que la melodía se vea definitivamente superada por el contenido lírico. La mentada conexión orwelliana de ANIMALS tiene su único asidero en la identidad iconográfica más que en el contenido ideológico. La simbología adoptada por Waters responde más a una necesidad estética que a un verdadero intento por llevar al plano musical la fábula de Orwell. Mientras el libro apunta al Totalitarismo como atroz deformación del poder, el concepto del disco se reconcentra en los males que aquejan a la raza humana desde la invención de la rueda, días más, días menos. 

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Waters decidió partir “Pings on the Wings” en dos y usarla también como coda de su relato alegórico. Allí, en un nuevo rapto de esperanza entre tanto agobio fatalista, reconoce la capacidad humana de rescatar al prójimo. Íntimamente, sabe que para salvar a una persona a veces sólo hace falta pensar en ella. Es una mirada terrenal cargada de temor y ávida de fe, aquejada de una suerte de Efecto Perspectiva, esa repentina congoja por la nimiedad de la Tierra que sufren los astronautas cuando se alejan hacia el espacio exterior, y todo lo que ven se parece poco a ese lugar hermoso y fascinante editado por la NASA. Por momentos, pareciera que Waters busca culpables en la Tierra, porque no se atreve a culpar a Dios. Asume que es inevitable caer, que no se puede elegir dónde hacerlo y que el golpe es una certeza, pero confía en un ínfimo acto de rebeldía, en una mueca imperceptible para Dios, en la posibilidad de una minúscula demora humana que atente contra el determinismo del plan divino.  Con ese espíritu retoma “Pigs on the Wings”, desandando el camino para dar respuesta a su interrogante inicial: “Sabes que me preocupa lo que te pase, y sé que te preocupas por mí, así que no me siento solo, ni siento el peso de la piedra ahora que encontré un lugar seguro para enterrar mi hueso, y cualquier tonto sabe que un perro necesita un hogar, un refugio contra los cerdos voladores.” 

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Si fuera cierto que la historia se mueve en espiral, y viajamos en círculos a través del tiempo, alejándonos desde el centro para luego retornar, una vez deshecho el círculo, entonces el Remix 2018 de ANIMALS llega justo en ese punto. La vuelta al principio en 45 años. El proceso de remix no se ha limitado a la simple réplica de técnicas de rejuvenecimiento o a unos pocos ajustes cosméticos, tantas veces imperceptibles, que solo persiguen el relanzamiento del álbum. ¡¿Quién no ha sentido alguna vez que le están vendiendo el mismo disco que ya tiene en su casa?! Por el contrario, los cambios aparecen desde la mítica portada, que luce aggiornada sin perder su densidad, aunque ahora la paleta de colores haya tornado casi exclusivamente a los grises y el conjunto se parezca más a un “detrás de escena” que a la realidad misma. 

Que la portada no tape al disco. ANIMALS sigue percibiéndose como un océano melódico moviéndose en voluptuosas oleadas arrítmicas y provocando mareas inconstantes, que arremeten y se repliegan con una cadencia casi anárquica. Cuando la música simula un silencio las parrafadas de Waters o las corrientes melódicas de Gilmour, cada uno a su turno, llegan como la resaca de una tormenta que tuvo lugar lejos de las orillas que bordean los límites de cada canción. La nueva edición muestra notorias mejoras en los matices de los planos sonoros y las frecuencias de los instrumentos. Capítulo aparte merecen la potenciación de las voces y la ecualización de bajos y batería. El experimento sigue sonando a Pink Floyd. Donde algunos quisieron ver un oportuno y medido intento por surfear entre el punk y la new wave, el transcurso del tiempo deja entrever tibias señales de transición hacia un formato menos sinfónico y más operístico, un cambio que terminaría de plasmarse en el siguiente disco (The Wall). 

Es sintomático que después de la gira de presentación de ANIMALS, ningún corte del disco haya sido revisitado en vivo por la banda.  “In The Flesh”, el tour en cuestión señaló un antes y un después en la historia de los shows en vivo con la incorporación de muñecos inflables que flotaban sobre el escenario, entre ellos Algie, el cerdo convertido en ícono de la imaginería de los conciertos de Pink Floyd y parte importante de las disputas por derechos de autoría provocadas por la salida de Waters de la banda en 1985. En la noche final del Tour, molesto por las actitudes del público, Waters escupió en la cara de un fan, episodio que puso de manifiesto la distancia que se había generado entre él y la audiencia. Un ladrillo más en su pared. 

Los cuatro años que separan esta edición de la labor técnica finalizada en 2018, se explican en parte por un intento de resignificar el pasado de la banda. La remezcla se convirtió en el inevitable nuevo campo de batalla entre Gilmour y Waters, las dos cabezas del monstruo desde que a mediados de los ochenta Pink Floyd vivió un divorcio controvertido. Esta vez la excusa para el desacuerdo fueron ciertas notas que el biógrafo de la banda Mark Blake escribió para contextualizar el proceso creativo del álbum y que debían acompañar el lanzamiento de esta versión, pero las diferencias de apreciación del pasado son tan elementales que hoy resulta imposible imaginar que esas dos personas pudieron compartir el mismo proyecto. 

La llegada de esta reedición se da en un año en el que, contra todo pronóstico, Pink Floyd volvió a firmar una canción. En abril, Gilmour y Mason revivieron el nombre del grupo para lanzar el tema “Hey Hey Rise Up” (¡Oye, Oye, levántate!) con un llamado explícito a la resistencia de Ucrania frente a la invasión rusa, mientras tanto Waters retomaba su postergada gira “This is not a Drill” (Esto no es un Simulacro). Todos en pie de guerra. Mark Twain decía que la diferencia entre la realidad y la ficción es que la ficción debe resultar creíble.

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Cuenta Bono en sus memorias que, a fines de los setenta, él y The Edge habían resuelto dejar U2 porque lo consideraban incompatible con su fe católica, y así se lo anunciaron a Larry, Adam y a Paul McGuiness, su mánager. Fue este último quien les dijo: «¿Tengo que deducir que habéis hablado con Dios? Pues la próxima vez que habléis con él, preguntadle si está bien que vuestro representante en la Tierra rompa un contrato legal. Uno que he firmado en vuestro nombre por el que os comprometéis a ir de gira». El contrato le ganó a la fe. A la distancia Bono afirma que esa era la señal que habían estado esperando, entonces entendieron que su misión no era salvar al mundo con sus canciones, sino más bien que las canciones podían salvarlos a ellos.

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Comprar un álbum usado es un gesto que encierra algunos interrogantes, que tarde o temprano el comprador termina abordando: ¿Quién habrá sido su anterior propietario? ¿Por qué se habrá desprendido de él? ¿No le gustó o se cansó de escucharlo? ¿Entonces, valdrá la pena comprarlo? ¿Lo vendió por necesidad de dinero o de espacio? ¿Es el resultado del beneficio de inventario de una herencia? Solo el coleccionista compulsivo sabe la lucha interna que afronta cada vez que, con el disco en la mano, debe decidir si lo lleva o no. Si apostar por él o dejarlo librado a su destino, probablemente el olvido. Finalmente, compré el disco famoso por la portada, pero sin portada. Ni ANIMALS, ni ninguna de sus canciones me salvó la vida. Tampoco fue mi primer álbum, ni el primero que compré sabiendo qué era lo que compraba, de hecho, lo compré sin haberlo escuchado; pero, sí fue el primero que compré de segunda mano. El primero al que le salvé la vida.

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