LA GUERRA DEL VOLUMEN Y ALGUNAS DE SUS VÍCTIMAS
ESCRIBE: HENRY A. FLORES
Todo aquel que sigue con interés los
aciertos y desaciertos de la industria musical, ha escuchado hablar sobre como
en los últimos quince años los discos son cada vez más ruidosos y
distorsionados. Es decir, una vez que los ingenieros de sonido graban las
canciones de un artista (designando los canales respectivos a los instrumentos
y voces empleadas), al momento de mezclarlas y masterizarlas, para obtener el
álbum a comercializar, lo hacen de tal forma que todos los instrumentos y/o las
voces suenan con el mismo nivel alto de volumen, pretendiendo capturar la
atención del oyente desde la primera escucha. Para ello utilizan, en exceso,
una técnica denominada compresión del
rango dinámico, la cual reduce la
diferencia entre los sonidos más bajos y altos de una canción.
A esta
tendencia se le conoce como “la guerra
del volumen”. Muchos sellos discográficos y productores, en contra de la
mayoría de los artistas, nos han privado de muchos detalles sonoros. De
escuchar, por ejemplo, a un teclado tímido matizando el solo portentoso de una
guitarra, o a un cantante susurrar en los estribillos para luego reventar en
los coros y llenarnos de emoción. Al poner todo al mismo volumen se pierde
emotividad, el elemento sorpresa, el impacto. Se pierden los prolegómenos necesarios
para el orgasmo musical. Uno de los primeros “discos ruidosos” de rock fue el exitoso What’s The Story Morning Glory de Oasis, lanzado en 1995 con una mezcla
inédita para la época. Y el título del “álbum más ruidoso de todos los tiempos”
lo ostenta el Death Magnetic (2010) de Metallica.
Para vergüenza de la banda, este álbum es una muestra del abuso descabellado de
la compresión del rango dinámico
para asegurar un “producto” que llame la atención del consumidor sin importarle
como el artista quiso que se percibiera su obra.
Para ver hasta
donde ha cobrado víctimas esta “guerra del volumen”, ni siquiera los anti-establishment Pearl Jam salieron
ileso de ella. A inicios del 2009, cercano a cumplirse los veinte años de su
explosivo y seminal álbum debut, Ten (1991), el quinteto de Seattle
lanzó un box set especial de dos discos: el Ten remasterizado y el Ten
remezclado que incluía bonus tracks. En cuanto al primer disco el sonido es
igual al original, simplemente se hizo un nuevo máster de las mezclas de aquel
entonces, pero, se sabe que los Pearl
Jam nunca estuvieron del todo conformes con aquellas mezclas originales, e
iban a aprovechar la ocasión para que el ingeniero Brendan O’ Brien remezclara
el álbum con el sonido que siempre habían querido, así que el segundo disco da
testimonio de aquella “lavada de cara”. Si bien esta remezcla suena novedosa y
hasta más potente en algunas canciones, lo que las opaca es el abuso de la compresión del rango dinámico. Los
nuevos matices logrados no se perciben a plenitud, y en comparación con el
original, se ha perdido emotividad; por ejemplo: en la canción “Even
Flow”.
Aquí tenemos la forma de las ondas
sonoras del “Even Flow” original (1991):
Vemos algunos picos más altos que otros, según como avanza la canción, debido a las fluctuaciones de la intensidad de los instrumentos y las voces.
Y así lucen las ondas sonoras del “Even
Flow” remezclado (2009):
Un 90% de los picos tienen la misma altura, es decir, casi todo está con el mismo nivel alto de volumen.
Para percibir mejor esta pérdida de
tonalidades y emociones, escucharemos y compararemos ambas versiones a partir
del minuto “3” hasta el minuto “4”. Se recomienda usar audífonos para una mejor percepción. En el original se escucha el solo de guitarra de Mike McCready
acompañado, con menor potencia, de un rasgueo entrecortado de la guitarra
rítmica (Gossard) y el bajo (Amment) y la batería (Krushen). En un momento dado
el solo se hace más corto y menos
intenso, pero el bajo y la batería continúan en ebullición. Luego, la primera
guitarra vuelve a asomar de a pocos, con solos
esporádicos a bajo volumen, y a medida que pasa el tiempo se van haciendo más
fuertes al igual que el bajo, es decir, la intensidad y la emoción aumentan en
dosis cada vez mayores, hasta que cerca del minuto “3:50” Eddie Vedder estalla
en los coros logrando el clímax de la canción.
Otra cosa distinta es la versión
remezclada. Aquí, la rítmica le quita protagonismo a la primera guitarra, porque
ambas están al mismo volumen. El crescendo del bajo con los solos de McCready casi ni se percibe, y
Vedder no consigue aplastarnos. Esta remezcla dio un sonido más potente, pero
plano, quitándole matices al “Even Flow” de los noventa.