EL SÓTANO DE LA CASA ROSADA
VARIOS - "LOST IN THE RIVER: THE NEW BASEMENTS TAPES"
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La elección de Burnett como curador del nuevo proyecto no fue
casual. Desde que la banda sonora de "O
Brother, Where Art Thou?" (la “Odisea” de los Hermanos Coen) lo
ungiera como el alquimista esclarecido a la hora de añejar piezas musicales, se
ha convertido en una suerte de garante del sonido norteamericano. Pero había algo más, él había sido el ladero
de Dylan en la Rolling Thunder Revue de 1975 y 1976, la gira que sucedió a la
primera publicación oficial de The Basement Tapes. Habrá pensado el bueno de T-Bone que la obra de Dylan
era algo demasiado importante como para dejarla sólo en sus manos, entonces
recurrió a un grupo de músicos que, al igual que los integrantes de The
Band, individualmente fueran capaces de
liderar su propio grupo. A decir de Burnett, cada uno de ellos tiene además las
dotes de un arqueólogo, saben excavar sin destrozar lo que están descubriendo.
Pero, ¿qué es lo que hizo que tuviera sentido desempolvar esta
quincena de poemas esbozados (¿descartados?) por Dylan durante aquella estadía
en Big Pink? Dylan había llegado allí después de sufrir un accidente con su
motocicleta en julio de 1966. Todo comenzó justo un año antes, la noche de
cierre del Newport Folk Festival, paraíso acústico por excelencia, cuando Dylan
cometió el “sacrilegio” de subir al escenario con una guitarra eléctrica,
conectarla al amplificador y soltar tres canciones entre abucheos de los
puristas del folk, para volver luego debidamente desenchufado e interpretar a
regañadientes un par de bises. Para
entonces, y con tan sólo 24 años, Dylan era la promesa de la canción de
protesta, sin recurrir más que a su ingenio, la guitarra acústica y la
harmónica. Un poeta alucinado que paría clásicos instantáneos como “The Times They Are a Changin” con frases incendiarias como “…Vamos, senadores y congresistas, escuchen la
llamada, no se queden en la puerta bloqueando el paso,…afuera hay una batalla y
es brutal. Pronto sacudirá sus ventanas y hará temblar sus paredes, porque los
tiempos están cambiando…”. Desde aquella noche de Newport los abucheos se
sucedieron concierto tras concierto durante 1965 y 1966, culminando en el
famoso incidente del Manchester Free Trade Hall cuando un integrante del
público le asestó un “¡Judas!” en
medio del set eléctrico, a lo que Dylan contestaría con un “I don’t believe you…you are a liar”,
para luego darse vuelta y lanzar un “Play
it fucking loud!!” dirigido a su banda (Hay quienes dicen haber escuchado “He is a fucking liar”), en cualquier
caso, lo que haya dicho fue el preludio de una antagónica versión de “Like A
Rolling Stone”. Según el periodista Andy Gill “los viejos folkies estaban demasiado ocupados cantando “The Times
They Are a Changin” como para darse
cuenta de que los tiempos en realidad habían cambiado”.
Es entonces cuando Dylan sufre su legendario accidente. Un
percance nunca aclarado del todo. Fue anunciado como un hecho grave, pero el
músico jamás fue hospitalizado. Tampoco hubo partes médicos. En sus Crónicas, publicadas cuarenta años
después, Dylan deslizó una sugestiva aclaración “…sufrí un accidente de moto del que había salido malherido, pero me
recuperé. La verdad es que quería rehuir la ardua competitividad de la vida
moderna”. Versión que coincide con el relato de muchos contemporáneos que
por esos agitados días de mediados de los sesenta lo describieron “como si estuviera en un viaje de la muerte”.
Hay una anécdota que sucedió entre Robbie Robertson, guitarrista de The
Band, y Dylan, que pinta con precisión el peso de la expectativa que
se depositaba sobre él por esos días. Iban los dos músicos en un auto con rumbo
a Big Pink cuando se produjo un silencio y Robertson soltó un “Bueno,… ¿Hacia dónde lo piensas llevar?”
a lo que Dylan inquirió “¿Llevar
Qué cosa?... ¿Qué exactamente?”
La respuesta del guitarrista no se hizo esperar: “El panorama musical, por supuesto”. Bob recuerda haber bajado la
ventanilla por el resto del trayecto para que el viento disipara el efecto de
esas palabras. Ahí terminó todo porque Dylan no sabía cómo reaccionar
ante semejante exceso de responsabilidad. Dylan se recluyó, para dedicarse a su
familia y a leer la Biblia. Discontinuó sus actuaciones por los siguientes 8
años y tardó 37 veranos en volver al Festival de Newport. Así y todo, nunca
logró quitarse de encima el aura de profeta que intentaron endilgarle.
Elvis Costello, Rhiannon Giddens (Carolina Chocolate Drops), Taylor Goldsmith
(Dawes), Jim James (My Morning Jacket) y Marcus Mumford fueron
los elegidos por T-Bone Burnett para captar, casi medio siglo después, las
reverberaciones perdidas de aquella cofradía musical que desde su refugio en
Big Pink cambió la historia del folk y del rock sin proponérselo, casi huyendo
del destino para construir una realidad paralela y así terminar escribiendo la
verdadera historia. Lost on the River – The New Basement Tapes, el resultado del rescate comandado por Burnett, exuda un
respeto casi reverencial. No podía ser de otra manera teniendo en cuenta las
condiciones autoimpuestas. Quienes, como Costello, cuentan con más ginetas se
esfuerzan menos por salir de la zona de confort que les ofrece su tono
habitual. Pero en general el proyecto mantiene su línea de flotación y por momentos levanta vuelo, especialmente
cuando Jim James toma las riendas (“Down On the Bottom” o “Nothing to It”).
Párrafo
aparte merece la revelación de una letra que retrata con fidelidad el sentir de
Dylan por aquellos días y que Rhiannon Giddens tiñe con la solemnidad del
gospel: “…Me
perdí en el río, pero me encontré, Me perdí en el río, pero no me ahogué, Un
día de tormenta que estaba en el mar, las olas rodaron y cayeron sobre mí, Me
fijé en la tierra seca y en un árbol alto y pálido, sabía que pronto era ahí
donde me gustaría estar…”
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Finalmente, esta suerte de déjà
vu llega cuando Dylan parece haber resuelto su trauma asumiendo con humildad, y
porque no una dosis de resignación, el rol de vocero de su generación. Al menos
eso dejó traslucir cuando compuso “Things
Have Changed”, la canción que en 2000
le valió su único Oscar a la fecha y que funcionó como una secuela de “The Times They Are a Changin”, aunque con una visión más personal y
menos explícita. Allí, entre imágenes apocalípticas y un dejo de melancolía,
entona su perfecto epitafio “…Antes
me preocupaba, pero las cosas han cambiado…Mucha agua bajo el puente, muchas
otras cosas también…No se levanten señores, solo estoy pasando por aquí…Me
lastiman fácil, simplemente no lo demuestro…”
JORGE CAÑADA