EL HOMBRE QUE ENGAÑÓ AL DIABLO
Recordando a
Robert Johnson
Hace ochenta años moría Robert Johnson. No fue el primer hombre que
murió a los veintisiete años. Tampoco fue el único. Ni siquiera sabemos si
murió. Quizás el famoso pacto con el diablo haya incluido algo más que el don
de tocar el blues como los dioses (¿?). Hay tres tumbas que supuestamente
contienen sus restos. Nadie se atreve a averiguar más.
Ahí está,
sentado en ese lugar fronterizo entre la 61 y la 49. La esquina donde los
campos de algodón limitan con el fin del mundo. La tierra donde su gente aún no
puede hablar sin la venia del hombre blanco. Atiborrado de memorias, recuerdos
que le nublan la razón, madre Julie siempre aturdida, padre Noah huyendo de
algo o de alguien, sus propias escapadas de la sordidez de la cabaña perdida en
la plantación para ir a escuchar la guitarra de Son House en garitos de mala
muerte, la boda con Virginia, ella y el niño muertos en el parto, todo en
remolinos que centrifugan angustia y soledad. Es el retrato vivo de un hombre
que huye de su pasado rumbo a la autodestrucción. "El pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado."
sentencia con su pluma un hombre célebre nacido a cien millas de esta
encrucijada. Es probable que ese hombre y él no vayan a cruzarse jamás.
Pide clemencia
o entendimiento. La Gibson aferrada con ambas manos. ¡Esta guitarra es todo lo
que tengo! ¡Es lo único que llevaré conmigo el día del juicio final! – grita a
los cuatro vientos. La furiosa luz de un relámpago repentino le ilumina el
perfil. Las primeras gotas mojan el ala del sombrero, y le arriman el hedor del
barro que el Mississippi arrastra hasta el Delta, donde amarran los barcos de
vapor. Si sigue lloviendo el dique va a estallar -piensa- como en aquella
crecida del veintisiete. Él
nunca recogió algodón, como sí lo hicieron su madre, sus hermanos y sus
abuelos. Era todavía un niño dibujando guitarras en el suelo arenoso mientras
todos trabajaban a destajo. Entonces se prometió que una vez que fuera mayor no
permanecería un solo día bajo ese sol, bastaría con hurtar unas monedas y
subirse al primer camión para no volver. Pero esa inundación hace once años lo
arruinó todo. Ahora las cosechadoras amenazan con dejar sin trabajo a nuestra
gente. En un último arrebato de ira, su voz interior
protesta… creen que estoy endemoniado porque toco de cara a la pared, les
molesta que mi guitarra suene como una orquesta. Antes de acusarme a mí,
deberían echarle un vistazo al colega Tommy o a ese que se hace llamar “El
Yerno del Diablo”, pero ya se sabe, el hombre famoso también dijo que “La gente
se cree cualquier cosa en el Sur, si suena lo suficientemente bizarra”.
Pisa
sin querer el cuello roto de la botella. Esta vez no ha de usarlo. El perro
frente a él, levanta la mirada. La visión de doce caballos blancos que marchan
en fila hacia el puente de metal le recuerda cómo llegó hasta aquí. Acaso
delira por ese mal whisky que le sirvieron. Todo por ofrecerle el refugio de su
cocina a esa mujercita. Alguien faltó a la cita. Comienzan los primeros acordes.
“…Entierren mi cuerpo junto a la
carretera…” - entona Little Robert -
“…para que mi viejo espíritu malvado pueda subirse a un autobús de la Greyhound
y viajar…”
JORGE CAÑADA