CANCIÓN SIN NOMBRE (Melina León / Perú, 2019)
La sutileza es que los hechos han sido ubicados en 1988, durante el tramo final del gobierno de Alan García, cuando la ofensiva de Sendero Luminoso era intensa y la anomia envolvente. Aquello no es un detalle menor si consideramos que el principal y único argumento de la película -que divide al mundo en pobres oprimidos y en desalmados burócratas- es mostrar las sombras abominables de un Estado abusivo, violento, corrupto y burocrático. Que, en realidad, era el Estado del segundo belaundismo, de la primavera democrática de inicios de los ochenta; y que se troca por el Estado ocupado por el inefable primer gobierno de García. Si el papel aguanta todo y el celular también ¿Por qué no el cine? A fin de cuentas, el cine es una representación de la realidad y de la Historia, y responde a la visión y al pensamiento de un autor. No existe una obligación de fidelidad o de certeza.
Pero no, así no son las cosas. El problema comienza cuando al inicio se inserta el "basado en hechos reales". Los títulos de crédito están hechos con portadas de periódicos y fotografías que corresponden al primer gobierno de García. Hay una clara intención de situar los acontecimientos, en términos históricos y políticos, de marcar la cancha, de crear condicionamientos en el espectador y contar, administrando, gananciosamente, pecados políticos ajenos, echándole una raya más al tigre. Y, con honestidad, no nos parece. Antes que situar temporalmente y narrar, se prefiere el juego político y la oscuridad. En ese momento, “Canción sin nombre” pierde.
Decimos esto,
porque “Canción sin nombre” es un filme que se toma el tiempo necesario y
medita alrededor de la fotografía. La composición visual, el trabajo con el
blanco y negro para proveer atmósfera y temperatura -un innegable punto a favor
del cinematografista Inti Briones- termina siendo inversamente proporcional a
la rigurosidad dramática, a la solvencia en la dirección de actores y a la
eficiencia en el relato donde se perciben forados y desniveles. La ópera prima
de Melina León tiene elementos del cine político de denuncia, también de drama
social y hasta de narración homoerótica, al estilo de “Fresa y Chocolate”,
gratuita e inconvincente esta última. (ÓSCAR CONTRERAS)