LICORICE PIZZA (2021, USA)
ESCRIBE: ÓSCAR CONTRERAS
Paul Thomas Anderson sigue siendo el director solvente e innovador de su debut en “Sidney, un juego de prostitución y muerte” (1996). Y sobre “Licorice Pizza (2021) se puede decir que es una comedia romántica que entretiene y emociona, dentro de los términos del cine de Anderson. No es un relato en sordina, disperso, enfocado en las derivas o en el sin sentido de una relación amorosa. No es una colección de anécdotas y situaciones insubstanciales. No. “Licorice Pizzza” es una evocación personal de la vida en California a inicios de los setenta y una aproximación feliz a un romance de juventud, entre un muchacho de 15 años llamado Gary Valentine (Cooper Hoffman, hijo del finado Phillip Seymour Hoffman) y una chica de 25 de nombre Alana (la linda Alana Haim). Y cómo es que esa relación, que se ata y se desata, por el arribismo sentimental de ambos, por los celos y los negocios que emprenden, al final, los lleva a coincidir y a construir su amor. Sin autoconciencias, sin principio y fin, sin prisa y sin pausa. Gustándose, incluso hasta cuando las cosas no fluyen, y entonces llegan al convencimiento que se necesitan y saben que son el uno para el otro.
Anderson es consciente del carácter minoritario de
su cine y de la gran influencia ejercida por Robert Altman y todos los
realizadores norteamericanos de la década del setenta. A través de ellos ha
avivado, sin restricciones, un espíritu visionario, experimentador y de
aventura, por las regiones menos exploradas de la producción cinematográfica
norteamericana. En más de veinte años de carrera, Anderson, como ocurriera con
Coppola y Cimino, ha revalorizado el sentido del espectáculo cinematográfico y
su impacto ético y estético. Estamos frente a un realizador cinéfilo que ha
capitalizado y trastocado, como ningún otro de su generación, los códigos y las
formulaciones hollywoodenses. Para construir nuevos relatos y nuevos enfoques
de relatos. “Licorice Pizza” no es la excepción en una larga cadena de éxitos.