GET BACK: THE BEATLES VISTOS (Y AMADOS) POR PETER JACKSON (II)
IV.
Carentes de la dirección firme
y efectiva que le había impreso Brian Epstein, The Beatles no pudieron evitar
mostrar evidencias de las dificultades que tenían para mantener su cohesión.
Ese potencial creativo que fluyó a raudales en el pasado avanzaba ahora
lentamente con muchas dificultades. La vida privada y las aspiraciones
personales se levantaban como fantasmas inmovilizadores. Y en ese desconcierto,
con otras motivaciones en el horizonte, el interés por mantener viva la banda
se fue diluyendo más y más. Este apretado resumen histórico que viene desde los
inicios de The Beatles hasta fines del año 1968, Peter Jackson nos lo recuerda
con el montaje de rápidos y breves fragmentos de filmaciones de aquellos
momentos que llegaron a convertirse en hitos en la historia musical del grupo. Esta
manera de mostrar el pasado glorioso de una banda legendaria, señalando con
fechas tales hitos, para luego confluir a comienzos de 1969 en los estudios
Twickenham, es una magnífica introducción para lo que vamos a ver luego: el fin
de una época, parte de los últimos momentos de vida de un grupo musical que
hizo historia, que creó composiciones que han pasado a ser clásicos imbatibles
y cuya influencia en el campo de la música persiste a pesar de los muchos años
transcurridos.
El tiempo, los nuevos vientos
que corren en el mundo de la música, los diversos intereses personales, el
cansancio, las diferencias insalvables de opiniones y enfoques respecto al
quehacer musical, fueron determinantes en la hora final de la banda. Porque Get
Back, si bien nos habla de la creación de canciones, es también un filme
sobre un final, sobre el lírico ocaso de un grupo musical que, a pesar del
esfuerzo que está haciendo para poder crear una obra en conjunto, bien sabe o
intuye que está viviendo sus últimas horas. Es desde aquí, desde este comienzo
emotivo, que nos damos cuenta que no estamos frente a cualquier documental
sobre la vida de una banda. No es el aprovechamiento oportunista a una veta
fílmica que es posible explotarla comercialmente. No. Es, por el contrario, el
acercamiento respetuoso y cariñoso a un material valioso que refleja fielmente
el acto de la creación poética y musical, intentando comprender a los
protagonistas, mirándolos con respeto y admiración, sin intentar juzgarlos. Y
es la mirada cariñosa, plena de emoción del melómano irredento y del cineasta
de estirpe, hacia una banda que dejó el alma y la piel en ese acto creador
-estimulante y agotador- y que ya no da más, convirtiendo sus últimos versos y
sonidos en una suerte de canto de cisne que aún resuena en el cerebro y en el
corazón de los melómanos con sus notas vibrantes, tiernas o aguerridas, serenas
o impetuosas. Pero siempre bellas, siempre inolvidables.
V.
Luego de varios años lejos de
los escenarios, The Beatles, por iniciativa de McCartney, hablaron una vez más
de un concierto, de iniciar un tour, pero tras la oposición de Lennon y
Harrison, y tras nuevas discusiones se arribó a una salida en la que todos
aparentaron concordar: un programa de televisión con presencia de un pequeño
público. ¿Dónde hacer ese programa? Se habló incluso de viajar a Trípoli, y de
hacer el recital en un gran anfiteatro romano. Finalmente, y con el director
Michael Lindsay-Hogg embarcado en la nueva aventura, aterrizaron en los fríos
estudios de Twickenham en Inglaterra. Allí, en los estudios, surgió una nueva
idea: grabar un nuevo álbum, alejado de todos los tecnicismos del momento y,
siempre, bajo el registro constante de una cámara que captaría todos los
detalles del proceso de creación, ensayo y grabación. Y así, a lo largo de
veintidós días fue como se llevó a cabo este proyecto que dio a luz un disco y
una película, Let It Be, y que ahora se ha convertido en un nuevo filme
de siete horas y veintiocho minutos de duración que Peter Jackson ha
denominado, como el proyecto inicial, Get Back.
Este es un documental que
tiene una característica esencial: no hay un hilo conductor visible, salvo
claro está el hecho de que todo está encaminado hacia una presentación pública
-que durante muchos días fue incierta porque no había acuerdo dónde realizarla-
y la grabación de un nuevo disco, planteamiento surgido a último momento. Esta
aparente falta de hilo conductor, que en el cine lo identificamos como el punto
misterioso a través del cual pasamos de un estado a otro, aquí no lo tenemos.
Peter Jackson trabaja sobre el material ya filmado y selecciona aquellos
momentos que crean esa atmósfera hecha de caos, languidez, brío, diversión,
conflictos. Y, de pronto, pequeñas luces en el horizonte: sonidos y versos que
van naciendo, que van encajando, que vamos identificando como los albores de
los clásicos que ahora bien conocemos. No hay, sin embargo, frases de elogio
tras los hallazgos, tras los logros. Sólo hay pequeños gestos de aceptación que
incluyen risas, bromas y mucho humor. Pero el trabajo creativo debe continuar.
Estamos frente a una rutina laboral. La creación de un álbum es como cualquier
otra actividad humana. Una aventura empresarial dirigida a la gestación de
versos y sonidos que, bajo ciertos arreglos armoniosos, generan melodías
capaces de estimular nuestro sentido de la audición. Y como en toda aventura
laboral hay mucha actividad repetitiva, hay novedades, caídas, logros. Y
también conflictos.
El filme de Peter Jackson, en
sus casi ocho horas de duración, cumple también con una labor de sinceramiento
o desmitificación respecto a ciertas invenciones que suelen generarse en torno
a las grandes estrellas musicales. El cineasta, sin dejar de lado su profunda
admiración por The Beatles, captura ese itinerario vital construido en base a
esas pequeñas cosas que humanizan a los protagonistas. Y por ello, presta mucha
atención no sólo a esa labor ardua y fatigante propia de la actividad creativa
sino también a ese elemento revelador de los sentimientos más profundos e intensos
del ser humano: el conflicto. Get Back es un testimonio de vida
invalorable, cuyo interés crece tras cada revisión que hacemos de él.
VI.
“Si escribo una canción, debo
sentir que yo la escribí”, dice George Harrison ante la mirada seria y distante
de Paul McCartney convertido en jefe de esta expedición musical. “La idea de
estar involucrados tanto como si… fue lo bueno del último álbum (se refiere
aquí al Álbum Blanco). Es el único álbum hasta ahora en el que traté de
involucrarme”, continúa, no sin cierta incomodidad. Mucho resentimiento
acumulado y, quizás, dolor. La expresión de Paul, captada rápidamente por una
cámara atenta a cada detalle, descubre la tensión creada. Un “Sí…” manifestado
con sequedad y parquedad lo dice todo. Y a esa expresión escueta le sigue un
gesto revelador: Paul baja la mirada hacia su instrumento -aquel bajo
memorable, compañero de tantas aventuras musicales- lo toma, a manera de una
caricia, mientras George, que sabe que ha dado en el blanco, intenta romper el
hielo creado: “¿No cantaremos ninguna canción vieja en el show?”. Entre el
escepticismo y la sorpresa, George inicia los acordes de “Every Little Thing”.
Paul empieza a cantar y, finalmente, trata de acabar con el momento difícil
que se ha generado y dice. “Buen intento Johnny…”. Pero, luego, George,
continúa abordando el asunto. El sonido del “I’m so tired” de McCartney se
escucha en un ambiente cada vez más tirante. A pesar de ello, la actividad
continúa acuciados por la necesidad de cumplir con los plazos establecidos.
(Parte 1).