HUGO BLANCO, RÍO PROFUNDO

Directora: Malena Martínez Cabrera / Perú-Austria (2020) 
La primera parte de este documental es estupenda. En términos cinematográficos sorprende por sus soluciones audiovisuales (apela al archivo fotográfico, a la hemeroteca, al fotomontaje, a la voz en off en primera persona, a los planos detalle de larga duración, a los acordes musicales populares y clásicos) con los cuales "pictoriza" la imagen, moviliza la atención del público e instala una temperatura alrededor de los hechos históricos. En términos hipotéticos, “Hugo Blanco, Río Profundo” no es una hagiografía, tampoco una diatriba y menos una apología, expresa o velada, al terrorismo. Porque Hugo Blanco no fue un guerrillero ni un terrorista. La primera parte de la cinta es una suerte de hipótesis abocada a responder a la pregunta si la gesta de Hugo Blanco fue espontánea, subversiva, consecuente, productiva o insignificante.
La segunda parte del documental, que es decepcionante en términos cinematográficos, presenta a un Hugo Blanco no sólo extinguido, sino haciendo Las Vegas, después del levantamiento campesino en La Convención en 1961. Los logros cinematográficos de la primera parte se frustran cuando la película baja a la tierra y las joyas dejan de tener alma. Y entonces, el filme deviene en un reportaje convencional, de pretensiones televisivas e indulgentes. El mítico Hugo Blanco es hoy un anciano, lúcido y vigoroso, un ‘has been’, un hombre que sigue huyendo de los liderazgos como de la peste, que promueve el ambientalismo utópico, el colectivismo político, que marca distancia con el terrorismo de los ochenta y que    rememora     la    gesta campesina en el valle de La Convención en el Cusco. El mítico Hugo Blanco al que siempre será mejor describir que oírle declarar. 

Luego de su apresamiento y liberación, Hugo Blanco no tuvo más que decir. Acabó. Fue constituyente, diputado, pero no volvió a gravitar. No quiso o no lo dejaron. O, quizá, no tenía con qué. Cumplió un rol en la historia del Perú. Un rol muy importante: instaló la dignidad y la autoestima en el mundo rural antes de la Reforma Agraria. Es lamentable, sí, que la película haya soslayado la etapa de Blanco en la Argentina, sus antecedentes penales y posterior expulsión; tampoco hay una descripción pormenorizada de los incidentes en la comisaría Pucyura, en la que Blanco asesina a un policía; nada se habla de su exilio en Suecia, de los financiamientos internacionales para sus actividades políticas, de su vida personal, de su labor como constituyente y parlamentario; de sus desencuentros con líderes de la Izquierda (los menciona de manera breve), etc.
Un acierto: la intervención de Hugo Neira, el único intelectual convocado en la película, insospechado de militar en la Izquierda peruana, autor del afamado ensayo “Cusco: tierra o muerte”, y quien es el que ubica a Hugo Blanco en su justo lugar en la historia. Estamos ante un filme que debe verse a pesar de sus defectos. Cualquier iniciativa de censura resulta inaceptable. (OSCAR CONTRERAS)

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