Héroes: Silencio y Rock & Roll (2021)

ESCRIBE: JORGE CAÑADA

“Polvo, viento, niebla y sol”, suenaAragón’ en la voz de José A. Labordeta, mientras se despliegan los títulos de Silencio y Rock & Roll, el documental de Alexis Morante que cuenta la leyenda de los Héroes del Silencio. Un relato que desde el inicio es puro desenlace. Y algo no anda bien cuando una historia comienza por el final, o peor aún, cuando sólo habla del final, y de uno que no ha sido precisamente feliz. La narración de lo que no fue, eso es Silencio y Rock & Roll. Una geografía del espacio que ocupa el vacío. Un homenaje a lo grande que podrían haber llegado a ser los Héroes si no hubieran sido tan grandes como fueron.

 “Todo lo que termina, termina mal, poco a poco. Y sino termina, se contamina mal, y eso se cubre de polvo”, rezaba la autopsia que Calamaro se inventó para explicar un crimen perfecto. Lejos de la perfección estuvo la separación de los Héroes. Un epílogo en el que todo lo que podía salir mal, salió mal. Ni siquiera la voz cantante de la banda, un Bunbury que se apropia del ideario de Neil Young, logra convencernos cuando lanza con todo aplomo “…que algo llegue a su fin es emocionante. Cerrar un trabajo bien es mejor que alargarlo indefinidamente”.

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“Polvo, viento, niebla y sol”. Zaragoza es el lugar. Una ciudad entre dos desiertos. La ciudad española donde aplica el lema de Nueva York: "si lo logras aquí, lo lograrás donde sea". A decir de Raúl Sensato, el peor sitio para convertirse en estrella de rock and roll.  Desde allí los Héroes salieron a conquistar el mundo. Casi lo logran. A Bunbury lo contradice el guitarrista Juan Valdivia, el líder silencioso de los Héroes, “…ojalá hubiéramos seguido y ahora tuviéramos quince discos. Entonces sí que podríamos decir que somos historia de verdad”. Fueron sólo cuatro discos. El Mar No Cesa (1988), un tímido asomo al tsunami que llegaría apenas dos años más tarde con Senderos de Traición (1990), el álbum que cuenta por primera vez con la producción del Roxy Music Phil Manzanera, y que de la mano del hit ‘Entre Dos Tierras’ les permitiría dar el primer gran salto. El suceso en el resto de Europa cantando en castellano. Hasta allí los Héroes no habían sido precisamente innovadores. Abrevaban lo justo y necesario, tanto estética como musicalmente, en los tópicos del siniestrismo. Un pop rock de genealogía alemana, carente de teclados, que se recostaba en las raíces del metal. Riffs melódicos, batería de ritmo mecanizado y un bajo simple pero efectivo. A todo ello le agregaban actitud, sacrificio y sutiles maridajes con otras vertientes que hacían vislumbrar alguna originalidad. Manzanera les dio lo que los Héroes buscaban: que el disco sonara como sus conciertos, algo más crudos. El propio Valdivia concede: “Somos un grupo que despistó, yo lo entiendo, empezamos muy blandos”.

Seguiría El espíritu del vino (1993), una grabación a la que llegan sin canciones, pero con la convicción de hacer un álbum doble. Embriagados de éxito se sumergen en un caos creativo, muy inspirador, pero también portador del germen que los llevará a un final anticipado. Con un orgullo algo oscuro Bunbury afirma desde la negación “…no es ningún mito que nos ayudamos de drogas para componer”. “¿Am I happy or in misery?”, se preguntaba Jimi Hendrix en ‘Purple Haze’, esa declaración de amor-odio a la niebla lisérgica que terminó disipando algo más que la claridad para entender su destino. Valdivia lo sabe: “…lo que pudieron hacer las drogas en los Héroes, más que ayudar fue estropear”. 

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Decía Jorge L. Borges que “Todas las teorías son legítimas y ninguna tiene importancia. Lo que importa es lo que se hace con ellas”, y a la hora de desentrañar las causas del final, Morante prefiere cargar las tintas sobre los enemigos de los Héroes. Morante es un histórico colaborador de Bunbury. Talentoso y eficaz. Vale la pena repasar sus otras incursiones en el documental musical (“Camarón: flamenco y revolución” tal vez sea su obra más acabada en ese sentido), tanto como dar una mirada a cortometrajes de buen calibre como Matador on the Road, donde colabora Bunbury. Morante sabe mostrar las miserias de su numen sin exponerlo a la banalidad humana. 

En ese plan, mientras ven los asuntos pendientes volver, los Héroes no ahorran dardos para algunos villanos, que como toda historia que se precie, la suya también los tiene. Allí destaca su primer mánager Pito Cubillas, el mismo que dirigió las carreras de Loquillo y Alaska, entre otros próceres del rock ibérico. Luce como un hombre castigado por los excesos, que cual testigo apañado recuerda muchos me nos sucesos de los que insinúa haber extraviado en sus noches tóxicas. A fin de cuentas, las culpas más pesadas recaen entre el centralismo español, que aparece como un negador sistemático de reconocimiento a todo lo que no surge de Madrid o Barcelona, y la crítica feroz de la prensa especializada que nunca dejó de verlos como un montaje para quinceañeras, que en forma “casual” cautivó al público roquero. Los Héroes quemaron demasiada energía en combatir todo aquello que impedía su despegue. Ese desgaste inicial les quitó resto suficiente para una carrera más longeva.  

El libro de Job, ese monumento a las omisiones de Dios, o a su rara presencia, al que Víctor Hugo llamó “la obra maestra más grande de la mente humana”, cuenta los padecimientos que ese hombre sufrió a manos de Satán, y con permiso de Dios, para poner a prueba su fidelidad. Como a Job, a los Héroes todo les fue dado, y todo les fue quitado. A diferencia del profeta, los Héroes protestan por lo que perdieron. Todos los Héroes, menos Bunbury. Todas las derrotas tienen un ganador. 

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“Polvo, viento, niebla y sol”. Zaragoza sólo tiene dos estaciones, dicen los maños. Invierno e infierno. Y nada en medio. El viento con frío te cala en los huesos, y con calor es una secadora industrial, completa Raúl Sensato en su ensayo ‘Héroes del Silencio, un fenómeno contado en primera persona’. Y así como el viento apura los aludes, el aluvión de éxito, egos, sustancias y desencuentros aceleró el que sería el último disco de los Héroes. Con Bob Ezrin en la consola, en 1995 llegaría Avalancha. El endurecimiento de las guitarras, y la ausencia de experimentación, le dieron al sonido de la banda una dirección que se congraciaba más con las preferencias estilísticas del guitarrista, y menos con las del cantante, pero en definitiva el álbum tenía el lustre propio de las superproducciones garantidas de éxito, un objetivo que podía conformar a todos.

El bajista Joaquín Cardiel lo dice sin reparos: “Juan hubiera necesitado un poco más de reconocimiento externo como importante, tanto o más que Enrique (Bunbury), en el sonido de Héroes del Silencio”. Cardiel también abre el juego a la hora de tirar del hilo que trae las razones del final: “Enrique quería innovar, hacer cosas diferentes, introducir nueva instrumentación, cambiar el sonido de Juan…y ahí empezamos a discrepar”. En medio de la gira de promoción de Avalancha, con más de 150 shows programados, el sueño devino en pesadilla cuando Bunbury propone una suerte de manifiesto que incluye la renuncia al sonido de la banda, al que Valdivia responde con un más que elocuente “aquí alguien se ha vuelto loco”. Aquel golpe de volante que el cantante le exigía al guitarrista, a sabiendas de que una más que presumible negativa le abriría la puerta a su carrera solista, fuerza un final prematuro para la banda. Una jugada hábil, aunque algo ardidosa, que ni Bunbury niega, ni Morante esconde. No es que en solitario el cantante fuera a abandonar por completo la impronta y las composiciones de la banda, pero ya se sabe, la ética es un procedimiento para aplicar al adversario.

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“Polvo, viento, niebla y sol”. El Sol casi no sale en las letras de los Héroes. Apenas en una, ‘Decadencia’. Quizás la lírica más autorreferente, y descaradamente anticipatoria sobre el destino de los Héroes. La voz temblorosa de Bunbury suelta “Anuncian la aurora, mi jodida suerte terminó”. El baterista Pedro Andreu, el que nunca se fue de la banda, el que más sufre el desenlace, recurre a la analogía conyugal para explicar la dinámica interna de los Héroes: “Éramos como un matrimonio a cuatro bandas”. Dolido, agrega “Nos convertimos en muchas horas de silencio, y eso es jodido.”  En su desesperanza resuena la sentencia inicial de Ana Karenina (León Tolstói): “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”.  

Desde el comienzo, el documental alude con imágenes y referencias a la gira de regreso que los Héroes protagonizaron en 2007, esa suerte de Pax Romana que les permitió medir el alcance y vigencia de las resonancias que dejó el acto de escapismo con el que se habían desvanecido una década antes. Pasó un cuarto de siglo desde la disolución de la banda y aún sobrevuela la pregunta sobre una nueva reunión. Andreu lo tiene más claro que nadie, confirmando las tan mentadas teorías acerca del liderazgo pasivo de los bateristas. “El único lugar en el que los Héroes se entienden 100% es sobre un escenario tocando sus canciones”, y con sabiduría digna de un monje budista remata “pero lo que es fantástico, luego tiende a evaporarse”. Bunbury también lo sabe, y lo confirma cantando: “…si todo lo que nace, perece del mismo modo, un momento se va y no vuelve a pasar”. 
                                                     

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