A medio siglo del “All Things Must Pass” de George Harrison

El 6 de enero de 1969 no es el día más triste del año. No es este lunes, sino el lunes después del próximo lunes, el día en el que los londinenses, hundidos en la resaca que sigue a los excesos navideños, comienzan a darse cuenta de que la ilusión que llegó con el nuevo año se va desdibujando. Este lunes no es el aciago blue Monday. Sin embargo, el sueño de toda una generación está a punto de terminar.

Puertas adentro del Twickenham Studio, John, Paul, George y Ringo, intentan volver a donde alguna vez pertenecieron, pero ese lugar ya no existe y ellos no son la banda que eran, sino cuatro egos sin rumbo. -“Voy a tocar lo que quieras, o no toco nada, si no quieres que toque. Hago lo que quieras” - explota George contra Paul en medio de unos ensayos empantanados por el hastío que precede a todas las separaciones. El motivo de la discordia es ‘Two of us’. Una canción aparentemente inofensiva en la que Paul y John volverán a cantar juntos como en los viejos tiempos, adoptando un estilo que recuerda a los Everly Brothers. Hay un final “Beatle” para cada integrante de la banda. La versión para George, es la que atribuye su abandono a este episodio con Paul. Lo cierto es que Harrison dejó la sesión, pero volvió a ser de la partida al viernes siguiente. El 10 de enero un nuevo incidente colma su mántrica paciencia. Mientras intenta mostrarles una nueva canción, Paul parece ignorarlo y John le dirige una mirada cargada de desprecio. La canción es ‘All Things Must Pass’. George deja el estudio con rumbo a Friar Park, su propio cuartel de invierno. Todo debe pasar.

*    *    *

Al noroeste de Londres, sobre la margen occidental del Támesis, a un cuarto de hora a pie de la estación de tren de Henley-on-Thames, si se dobla a la izquierda en cada encrucijada del camino, se puede ver un palacio neogótico de ciento veinte habitaciones. A su alrededor, crece el jardín más hermoso. Todas las noches camina por él un hombre con los ojos entrecerrados, tratando de ver a través del claro de luna y las sombras. Ese es su modo de evitar las malas hierbas y las imperfecciones que aquejan a su obra. A la luz del día, nada resulta tan interesante.

Él mismo, movido por una fuerza que no domina, dio forma a ese universo en escala, donde cada cosa tiene su lugar y cada forma su significado. Los árboles, el viento, los pájaros, los breves puentes, las pagodas, las terrazas y los patios. Todo ha crecido desde una pequeñez que desplaza lo secreto del centro de atención y realza la belleza de lo cotidiano, como quien despoja a las canciones simples de sus arreglos barrocos para exhibirlas en su desnudez esencial. 

*    *    *

La exuberancia de All Things Must Past (1970), el álbum, se abrió paso frente a la clara necesidad de reclamar con discreción un espacio que le había sido negado. Desde ‘Don´t Bother Me’, su primer aporte compositivo a la discografía Beatle, Harrison parecía iniciar un camino intencionalmente complejo hacia el centro mismo de su corazón. Un sinuoso sendero para confundir a quien intentara adentrarse en él. Explícita desde su título, aquella “no canción” como el mismo George llegó a definirla, fue su primera declaración de principios: “...Don't come around, leave me alone, Don't bother me…” 

Soy un jardinero. Planto flores y las veo crecer. No voy a eventos o a fiestas. Me quedo en casa y veo el río pasar. Así describió Harrison su monacal vida como ex Beatle. Friar Park fue su retiro definitivo. El humor pastoral que atraviesa el disco no es tanto el resultado de un acto de fe religiosa, como el fruto del contacto con la naturaleza. Tiene que ver menos con un gesto devocional hacia la creación, que con la capacidad de sorprenderse y sentir compasión por las cosas sencillas. Ese sentimiento de melancolía ante lo efímero que despierta la simple contemplación de un hecho natural. Los japoneses lo llaman mono no aware (物の哀れ) y su mejor ejemplo es la apreciación del florecimiento de los cerezos. Las flores de cerezo son las primeras en anunciarse con la primavera, y también las primeras en marchitarse sin estridencias. Los japoneses las observan con sensibilidad, pero también con cierta tristeza, símbolo de la marcha irreversible del tiempo. Todo debe pasar. 

*    *    *

Construir un laberinto infinito y escribir una novela interminable. Las dos inabarcables misiones que se propuso Ts'ui Pên, el astrólogo chino que Jorge L. Borges homenajea en el “El Jardín de Senderos que se Bifurcan”. Trece años dedicó el augur oriental a la conclusión de dos obras aparentemente inconcebibles.  Tras su muerte, la sensación fue de absoluto fracaso. Nadie dio con las coordenadas del laberinto y la novela era considerada una acumulación absurda e incoherente de ilógicos saltos temporales, hasta que un sinólogo le revela al bisnieto del creador el secreto de la enigmática novela: el libro es el laberinto, y el laberinto no es espacial sino temporal. Un jardín es la imagen incompleta, pero no falsa, del universo como lo concebía Ts'ui Pên, quien no creía en un tiempo único, sino en series infinitas, una espiral interminable de tiempos paralelos que se aceleran en incalculables encuentros y desencuentros. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o se ignoran. La paradoja de los futuros contingentes.         

*    *    *

Desde su iniciática visita a la India, George venía recorriendo un camino de introspección que, sin ocultar del todo su candidez, lo llevó a la construcción, quizás inconsciente, de un intrincado laberinto personal, una suerte de mecanismo de defensa con el cual sortear sus miedos, ataduras, e inseguridades, pero también el método para mostrar con cierta desinhibición su espiritualidad como estrategia de salida de esos recodos, y esperanza de liberación de todos sus traumas. 

All Things Must Pass fue clave en ese proceso. Mientras cultivaba su jardín primitivo, George fue concibiendo y acumulando una abrumadora sucesión de canciones.  Terminó siendo el primer triple de un artista de rock, o más bien, un doble con un bonus track de improvisaciones (Apple Jam) que daba la sensación de un eterno fade out. Una suerte de puntos suspensivos para una obra que no tenía fin. Phil Spector, el productor que superpondría sus múltiples capas de sonido sobre los despojados demos de Harrison, salió abrumado de las laberínticas habitaciones de Friar Park luego de la primera audición. “Es interminable” - atinó a decir mientras se asomaba a una ventana de la mansión. Nadie supo si se refería al disco o al jardín. (JORGE CAÑADA)

Entradas populares